Querido lector: Sé que no es ideal terminar el año recomendando una película de horror. Es una época para la familia, propósitos y regalos. Pero el fin de un ciclo implica el principio de otro, y lo que hemos visto en los últimos tiempos obliga a una reflexión. Por eso lo invito a ver “Speak No Evil”, del director danés Christian Tafdrup.
Ahora: sé que es posible que usted no esté de humor para ver en estos tiempos algo como lo que le recomiendo, permítame ofrecerle un resumen que debe bastar para establecer la moraleja, que es lo importante. Si piensa usted ver la película, deténgase aquí.
“Speak No Evil” cuenta la historia de una joven familia danesa que conoce a otra, de origen holandés, durante una vacación idílica en el verano italiano. Los daneses tienen una hija y los holandeses un hijo, en silencio casi todo el tiempo. El hombre de la familia danesa es un tipo reservado que esconde frustraciones. Se siente atrapado en la monotonía de un matrimonio predecible y sus obligaciones cotidianas. En el fondo quizá no valora la estabilidad de lo que ha construido, de lo que realmente tiene. Aunque tiene una familia estable, parece querer algo más. Su contraparte en la familia holandesa es todo lo contrario: un tipo divertido, borracho y sin inhibiciones. Después de un par de días de buena convivencia en Italia, cada uno va para su casa. De vuelta en Dinamarca, la familia danesa de pronto recibe una postal. Los holandeses los invitan a pasar un fin de semana en su pequeña cabaña en el campo.
A pesar de que apenas los conocen, deciden aceptar la invitación.
A partir del momento de la llegada, la familia holandesa comienza a imponer condiciones incómodas a sus invitados. La niña danesa se ve obligada a dormir en el piso mientras su madre acepta comer el estofado de carne que ha preparado su impositivo anfitrión holandés a pesar de que sabe que su huésped es vegetariana.
En una noche de copas, una invitación se convierte en una grosera coerción para pagar la cuenta. Para salir a esa cena, los daneses deben dejar a su hija encargada con un extraño cuidador de niños al que no conocen. Aunque desconfían y a pesar de los evidentes riesgos, acceden a dejar a la niña por temor a quedar mal, a parecer mal educados. De vuelta de la cena, el holandés maneja borracho y pone la música a todo volumen, a pesar de los reclamos de sus invitados.
Las transgresiones y agresiones van creciendo con el paso de los días.
La mujer holandesa empieza a dar órdenes (en holandés) a la hija del matrimonio danés y en una escena, particularmente incómoda, el padre holandés grita y abusa de su hijo frente a sus invitados, quienes, de nuevo, deciden tragarse la transgresión.
Los minutos pasan y los daneses, obsesionados con no ofender a sus anfitriones, pasan por alto las agresiones, los insultos, las faltas de respeto y un trato cada vez más violento.
Así, la pareja holandesa pone a prueba la tolerancia de sus huéspedes, que aguantan maltratos sin decir palabra, temerosos, acobardados y, al final, completamente rebasados.
La película concluye con una transgresión sangrienta y definitiva.
En ese momento, y haciendo el recuento de todo lo que el loco que está frente a él le ha robado, el desvalido hombre danés hace una pregunta dramática a su asesino: “¿por qué haces esto?”
La respuesta es brutal y reveladora: “porque me lo has permitido”.
La lección no podría ser más pertinente.
Es hora de preguntarnos a qué grado nos hemos comportado como ese hombre danés frente a las crecientes transgresiones y el desmantelamiento de lo que tenemos y lo que hemos construido. Porque al final la pregunta importante no es tanto por qué los destructores se han dedicado a destruir, sino por qué lo han permitido sus víctimas, regalándoles centímetro a centímetro lo que son.
Que quede ahí la pregunta para el año que comienza. Tristemente, intuyo que ganará relevancia en el futuro próximo.
Hasta aquí llegamos en estas páginas para el 2022.
Que tenga usted, querido lector, un muy feliz año en compañía de los suyos. Y que el 2023 sea mejor que este turbulento año que se va.
@LeonKrauze