El odio se encuentra en las entrañas de México desde mucho antes de la invasión española del siglo XVI. El odio existente entre las diversas naciones mesoamericanas en contra de los mexicas facilitó el derrumbe irreversible de Tenochtitlan. El furioso aborrecimiento de los tlaxcaltecas en contra de los mexicas fue aprovechado con gran talento por Cortés, quien lucró política y militarmente con la división existente.
En la Nueva España el rencor continuó cuando la inmensa mayoría de los mestizos fueron excluidos durante 300 años del desarrollo económico, político y social en la colonia. A la llegada de Iturbide al poder, hace 200 años, más del 90% de la población era analfabeta.
Los criollos heredaron el patrimonio de los peninsulares y continuaron con la explotación de las masas sin ver por su prosperidad. ¿Qué hacer con una nación en donde casi el 100% de sus habitantes no sabe leer ni escribir, y subsiste sepultada en la ignorancia generacional, atenazados por un justificado sentimiento de envidia en relación al bienestar ajeno? ¿Creían que a los eternos marginados nunca se les iba a agotar la paciencia y que no tomarían las armas como cuando estalló la revolución o que, en su desesperación, no creerían en la voz de un populista, un mentiroso profesional que los hundiría aún más en la ruina antes de volver a recurrir a la violencia?
Ante la ausencia de un Estado de derecho, de una estructura democrática, de un sentimiento humanista y filantrópico, de una munificencia social, México se expuso a la aplicación de una purga inevitable, abundante y concentrada para tratar de reparar el organismo enfermo. La purga se llama AMLO quien, en lugar de tratar de curar y aliviar el cuerpo político y social, ha venido a prostituirlo y atrasarlo mucho más. ¿Qué hemos aprendido los mexicanos de este cataclismo político? ¿Cuál estrategia debemos diseñar para incorporar a la mayor cantidad de compatriotas, por lo pronto, al mínimo nivel de bienestar exigido por la más elemental dignidad humana? El 10% de los mexicanos acapara el 80% de la riqueza.
Si el mexicano confiara en el gobierno y en la ley, si se impartiera justicia, si existiera un Estado de derecho para sancionar los atropellos, en lugar de la desesperante impunidad y la exclusión, cambiaría radicalmente el carácter del mexicano y lo motivaría para construir con más celeridad una auténtica y próspera democracia.
¿Qué cambió para los desamparados después de la independencia y de la revolución si hoy en día, a principios del siglo XXI, existen 60 millones de pobres en México y la cuenta aumenta exponencialmente? AMLO, en lugar de ayudar a la cicatrización de las heridas, le arranca las costras a la nación e incita al odio y a la violencia, cuando el objetivo sería la creación masiva de empleos, una reforma educativa propia de un país de vanguardia con sistemas de salud y seguridad del primer mundo.
AMLO lucra con el sentimiento histórico del rencor de profundas raíces históricas para arraigarse en el poder. Con su discurso de odio, al dividirnos, ataca frontalmente los valores centrales de nuestra democracia. La creación de un clima de miedo confirmada, una vez más, a través de las gestiones de la UIF o del SAT, entre otros sistemas de amenazas, quedó ratificada con el intento de asesinato de Ciro Gómez Leyva que tuvo por objeto, proviniera de donde proviniera, silenciar una voz más, ciertamente muy valiosa e influyente entre los mexicanos, con el propósito de consolidar su estrategia autoritaria de consecuencias imprevisibles.
Joseph Goebbels sostenía: “Cualquier hombre que aún conserve algo de honor, deberá tener mucho cuidado en no convertirse en un periodista”. Claro que Goebbels, uno de los grandes destructores de la democracia alemana y de la libertad de expresión, también veía en cada periodista a un enemigo de la dictadura.
Quienes atenten en contra de nuestra libertad de expresión, estarán atentando en contra de nuestra democracia, de nuestras garantías individuales, de nuestro desarrollo económico y de nuestra paz social. Todos debemos ser Ciro Gómez Leyva.