La llegada de la ministra Norma Lucía Piña a la cabeza del máximo tribunal constitucional del país es una buena noticia, por la llegada de una mujer con trayectoria a esta posición, pero sobre todo por la necesidad de garantizar autonomía e independencia política a sus resoluciones. No lo es el contexto y las razones que inclinaron la balanza a su favor, sin las cuales, tal vez esta designación nunca hubiera sucedido.
En un escrito de referencia, atribuido durante años a Jonathan Swift, célebre autor de “Los Viajes de Gulliver”, se habla del arte de la mentira política. Se sabe ahora que el folleto, cuyo primer registro data de 1712, se debe al médico John Arbuthnot, amigo de Swift, políticamente afín a sus ideas y adepto a recurrir al anonimato en sus escritos. El folleto se presenta como una oferta de suscripción -con descuento incluido- a dos volúmenes de un tratado que luego sabríamos que nunca vieron la luz. El embuste es el mejor preludio para el contenido que resume las principales ideas y justificaciones del sustento del buen mentir.
Para el autor, la naturaleza del alma humana tiene cierta tendencia al engaño. Sin embargo, el arte de la mentira política radica en “hacer creer al pueblo falsedades saludables con vistas a un buen fin”. Las llamadas falsedades saludables deben, sin embargo, cumplir con ciertos parámetros. Lo primero es que deben ser difícilmente contrastables con hechos que las desnuden públicamente. De ahí que se recomiende contar con una temporalidad razonable y con una variedad de ellas “las cometas, ballenas y dragones debieran ser medibles, las tormentas, tempestades y terremotos lejos del alcance de un día de viaje para un hombre o un caballo”.
El autor, presenta una especie de tipología de las mentiras: la calumniosa, destinada a destrozar reputaciones o minimizar los méritos de un personaje público; la que agrega o inventa hazañas a una persona con hambre de aplausos y que requiere ganar simpatía pública sin mucho esfuerzo; y finalmente la mentira por traslación, que en realidad se reduce a robarse el mérito ajeno. En todos estos casos lo mínimo indispensable es que la mentira tenga rasgos de verosimilitud y que de esta manera sea de alguna forma creíble.
En estos días hemos sido testigos de cómo tras el señalamiento de plagio a la ministra Yasmín Esquivel por su tesis de Licenciatura, plagio documentado por el escritor Guillermo Sheridan, se ha mentido sin arte, sin gracia y sin buen fin. El propósito ha sido engañar con intención a los mexicanos.
Lo grave no es solamente el robo de las ideas ajenas, sino que además en un país marcado por la impunidad, se ha echado mano del aparato mediático y judicial para certificar declaraciones con la anuencia de un notario público, se ha involucrado a una Ministerio Público y hasta ha tenido que actuar una Fiscalía para hacer creer, como en tiempos de Swift, que la verdad política, le está reservada solo a unos cuantos.
A la ministra Esquivel le quedan todavía once años en el cargo. Hasta ahora, todo lo que se ha dicho sobre la autenticidad de su tesis de licenciatura es simple y sencillamente inverosímil. Lo que se ha evidenciado en este pasaje es cómo en México se usan sin recato a las instituciones públicas como si fueran patrimonio de solamente unos cuantos. También hemos visto que por más que sean repetidas, por “folletinistas y gaceteros” sin talento como lo dice el escrito de Arbuthnot, al contrastarlas con la realidad, las mentiras terminan por quedar sin efecto.
La resolución de la máxima casa de estudios será doblemente relevante: no solo para recordar la importancia del mérito, sino también como recordatorio de la dignidad que se requiere para ejercer un cargo público.
@louloumorales
* Investigadora de la Universidad de Guadalajara