“Aves / cuyo lascivo esposo vigilante / doméstico es del Sol, nuncio canoro / que, de coral barbado, no de oro / ciñe, sino de púrpura turbante.”. Esos gongorinos versos, que citado he de memoria, pertenecen a don Luis de Góngora, él mismo también muy gongorino. Las aves a que el poeta se refiere son las gallinas, cuyo esposo, el gallo, es en efecto muy lascivo, o, para decirlo en términos de vulgo, cachondo, cogelón. (¡Ay, quién tuviera la dicha del gallo, / que nomás se le antoja y se monta a caballo!”). Al servicio del Sol, anuncia con su canto la llegada del astro. Lo “de coral barbado” alude a las excrecencias rojas que cuelgan a uno y otro lado del pico de los gallos, y lo del turbante de púrpura se refiere a su cresta. Todo eso para decir “gallinas”. Mucha forma y poco fondo. Igual, llena de protocolo, pero sin sustancia, me pareció la reunión habida entre Biden, López y Trudeau. Ni chicha ni limonada a fin de cuentas; sólo agua de borrajas. Me apena decirlo, pero una vez más mostramos al mundo nuestro subdesarrollo, primero con los baches, y luego con el comportamiento de nuestro Presidente, quien en forma por demás ineducada acaparó la palabra en la conferencia de prensa dada por los tres mandatarios, con lo que quitó a sus invitados la oportunidad de dar respuesta a las preguntas que se les hicieron. La ocasión no era para lucirse él -para eso son sus cotidianas y largas comparecencias mañaneras-, sino para que los visitantes expusieran sus puntos de vista. No sé por qué cuando oía la prolongada disertación de AMLO junto a sus homólogos, visiblemente incómodos, vino a mi memoria la contundente frase que mi maestro de Derecho Procesal Civil en la antigua Escuela de Leyes, de Saltillo, solía espetar al estudiante que hablaba mucho y decía poco o nada al presentar el examen -oral- de su materia: “La diarrea es enfermedad del estómago. La piorrea es enfermedad de la boca. La gonorrea es enfermedad de la entrepierna. Y la verborrea es enfermedad  de la mente”. Sonorosa sentencia, y lapidaria. Mejor paso a cuestiones más ligeras. Noche de bodas. Permítanme ustedes que les presente al novio. Se llama Trisagio Reclínez, y es portaestandarte de la Cofradía de la Reverberación. Piadoso joven es, y muy devoto. La desposada, de nombre Sabalina, es, por decir lo menos, muy distinta. Antes de consumar las nupcias Trisagio le dijo a su dulcinea: “Quiero que sepas que nunca he tenido trato de cuerpo con mujer. Me he conservado puro, casto, a fin de ofrendar, impoluta, mi virginidad a aquélla a quien daré el dulcísimo título de esposa: tú”. Escuchó Sabalina esa declaración y exclamó con disgusto: “¡Chin! ¡Otro principiante!”. Les Reyes Magos le trajeron a Pepito un maletincito de médico con su estetoscopio de juguete. Le dijo su papá: “Estoy de acuerdo en jugar contigo al doctor, pero lo que no me gusta es que me cobres las consultas”. El cuento final, que ahora sigue, es propio de goliardos. Los goliardos eran, en la Edad Media, clérigos de vida irregular dados a los placeres de la gula y la lujuria. Vagaban de un lugar a otro, ya solos, ya acompañados, y vivían de engañar con mentirosas taumaturgias a la pobre gente. Eran unos bribones, unos pícaros. Sucedió que un grupo de esos licenciosos monjes acertaron a pasar por un regato de aguas cristalinas en el cual se estaban refrescando, in puris naturabilis, o sea sin ropa alguna, varias hermosas muchachas. Las vieron los libidinosos tonsurados, y uno de ellos comentó: “Hermanos: demos gracias al Cielo de que nueros hábitos no son de bronce, pues si lo fueran ¡qué campanadas se oirían ahora!”. (No le entendí). FIN.

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