Si es difícil entrar en el pensamiento de los otros, más difícil aún es entrar en sus recuerdos. Yo mismo batallo a veces para entrar en los míos. Y no es que mi memoria claudique. La conservo -en ocasiones por desgracia,- entera. Lo que sucede es que la conciencia me lo estorba. Pienso, no obstante, que lo que más recordarán los periodistas que acompañaron a Biden en su visita a México serán los baches en el trayecto del Aeropuerto “Felipe Ángeles” al hotel donde los hospedaron. “A bumpy ride”, escribió uno de los visitantes para describir el recorrido. (“Un recorrido brincón”, traducción libre). Suelo hacer una comparación, olvidado de la sapiente máxima que dice que  “Cuando a dos se les compara uno de los dos repara”. Digo que los norteamericanos hacen sus casas para que duren 30 años, y sus carreteras para que duren toda la vida. Nosotros los mexicanos hacemos nuestras casas para que duren toda la vida, y nuestras carreteras para que duren tres meses. Y esto no es por causa de ineficiencia: la ingeniería mexicana es una de las mejores del mundo, como lo prueba la espléndida carretera a Mazatlán, con su extraordinario puente “El baluarte”, hecha en tiempos de Felipe Calderón. Ninguna de las obras faraónicas, y muy posiblemente inútiles e incosteables, de López Obrador se le puede equiparar. La causa de la mala hechura y deplorable estado de la mayoría de nuestras carreteras, y de las calles de muchas de nuestras ciudades y pueblos, es la corrupción. Se emplean materiales no ya de segunda, sino de tercera o cuarta, y los trabajos se hacen de prisa, a la trompa talega, pues “el jefe” -alcalde, gobernador o presidente- quiere hacer la inauguración antes de que termine su mandato, y su mandato ya va a terminar. Eso resulta en sucesos tan cómicos, pintorescos o curiosos como el que en seguida voy a relatar. Los vecinos de cierta colonia de cierta ciudad cerraron cierto día una cuadra de la calle principal de su sector, e hicieron ahí una fiesta a la cual invitaron a los reporteros de los medios de comunicación locales. Hubo merienda con piñata y bolos -bolsas con dulces- para los asistentes, y se partió un pastel con una velita. ¿Quién era el festejado? ¡Un bache, que cumplía un año de estar en esa calle! En repetidas ocasiones los vecinos acudieron ante el alcalde para pedirle que se tapara el hoyo -el bache, quiero decir-, causante de continuos accidentes, y a pesar de que transcurrieron 12 meses el bache seguía ahí. Por eso le celebraron su aniversario. La vecina de más años -99 tenía la señora- apagó la velita, y al hacer uso de la palabra vaticinó que, según veía las cosas, el bache tendría tan larga vida como la suya. Aquello fue un sabroso pitorreo que alcanzó la primera plana de los periódicos locales, y reportajes en horario estelar de la televisión. El bache siguió ahí, y si finalmente lo taparon fue sólo porque alguien de la municipalidad recordó que se acercaba ya la fiestecita del segundo aniversario. En ocasiones me pregunto, desolado, si acaso nuestro país, con tan malos gobiernos y ciudadanos en su mayoría indiferentes, no es un gran bache cuyo cumpleaños celebramos cada 15 de septiembre. A fin de disipar la pesadumbre que a la República debe haber causado tan sombría reflexión relataré un cuentecillo final y luego haré oportuno mutis. Afrodisio consiguió que la bella Dulcimel accediera a acompañarlo a su departamento. Ahí, a falta de champaña, le ofreció un refresco de manzana, y le pidió luego que pasara la noche con él. Dulcimela se  negó: “Sentiré remordimientos al levantarme por la mañana”. Sugirió el salaz sujeto: “Nos levantamos hasta el mediodía”. FIN.
 

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