León, Guanajuato.- Cuando me invitaron a recorrer el Manicomio del Terror en la feria pensé que me encontraría con Drácula o algunos de esos adefesios que salían en las películas del Santo.
Estaba en el show de los patinadores cuando llegó un WhatsApp del Patronato con la siguiente invitación: “¿Quién se anota a un recorrido del terror?”, sí lo pensé y hasta voltee al horizonte para reflexionar, pero todo sea por contarles la experiencia que pude vivir.
Soy miedosilla, con decirles que fui a ver la película de Anabelle y no pude dormir con la luz apagada en una semana.
Pues dije: ‘Ingue su, ¡Yo me apunto!”, llegó el día e iba como nerviosa, porque años atrás entré a la Casa del Terror en la misma feria y salí toda arañada, con jalones de cabello, la verdad no recuerdo si fue el hombre lobo quien me jaló, pero cuento mucho esa anécdota porque decidí jamás volver a entrar a otra…
Pero heme aquí, enfrentando ese recuerdo. Llegué a la zona ubicada al lado del Domo de la Feria, en la parte alta de los restaurantes, ya estaban mis compañeros de otros medios de comunicación y respiré a mis adentros: ¡uf! Al menos iré acompañada.
Nos dijeron que nada de celulares o pertenencias, que teníamos prohibido tocar a los que están adentro, sea lo que veas y sientas, tienes prohibido acercarte, ¡ash, eso me dio más miedo!
Nos sentamos y proyectaron un video, uno que hablaba sobre lo terrible que había pasado en esa zona; que aún se escuchan los lamentos de la gente que perdió la cabeza o la vida por un experimento que salió mal.
Y pues, Vanesa, una de mis compañeras le advirtió a Bernardo que no se fuera a pasar con sus gritos. Prometimos ir todos juntos, no separarnos.
La experiencia fue totalmente inmersiva: humo, olores raros, túneles que te ponen de nervios, oscuridad, sonidos ambientales que te llevan al límite; había pedazos de lo que eran cuerpos y comenzaron los primeros gritos de gente encadenada; Bernardo grito: ¡‘Yo no me voy adelante, yo soy homosexual’! y soltamos la risa. Después se nos quitó la sonrisa, pues los ruidos de un viejo laboratorio nos pusieron alertas…en eso ¡aparece un especie de zombie de la nada!, no encontrábamos la salida, así que uno de esos monstruos se apiadó de nosotros y pues tuvo que romper su silencio para decirnos por dónde -y eso que los zombies no hablan–.
Yo jalé a todos de las camisas, me cubrí entre ellos y Montse, otra de mis compañeras se valentonó y se fue adelante. Ahí todo salió mal, en las advertencias escriben que si sientes miedo, levantes la mano o grites, pero ¡los sonidos no dejan que te escuchen! Y lo oscuro no permite ver que quieres salir, así que tienes que afrontarlo.
Para mí fue una experiencia totalmente necesaria, pues además de superar el temor, puedes gritar como si estuvieras en el cerro -muy buena terapia-. Salimos sudando, temerosos, todos despeinados y con los labios secos, además de la promesa de jamás volver a entrar.
Nos vemos hasta el 7 de febrero en la feria, alístense para el desfile al que también voy a ir ¡Adiosito!