En realidad, de verdad fueron muy pocas las cartas que puso en juego don Andrés para la Grande.
Tres personajes, que varios de ellos no resistirían una campaña ni larga ni corta, porque tenían en juego serias y hasta muy graves tareas por realizar que, ciertamente, significaban reto administrativo.
Claudia con la Ciudad de México sobre de ella y con los riesgos no solo administrativos, sino de seguridad, en verdad no pudo superar lo que significó la inseguridad y menos la caída del Metro, los choques, las explosiones que le disminuyeron prontamente en sus aspiraciones.
Máxime cuando se adelantó inexplicablemente a su campaña por los estados de la república. En Guanajuato prontamente y sin una explicación válida, salieron carteles en favor de la aspirante sin que nadie diera razón legal de los dineros que apalancaron esa campaña cuando, entiéndase bien, Claudia no tenía ni tiene una gran cantidad de seguidores en esa entidad, que le permitieran impulso tan relevante.
El absurdo quedó de manifiesto cuando los mismos apoyadores artificiosos de Claudia, por órdenes de la misma, tuvieron que borrar y recoger los manifiestos artificiosos para no seguir exhibiendo ese descomunal absurdo.
Para estas alturas es evidente que los bonos de Claudia están en el nivel más inferior que nos podamos imaginar. Lo que ha sucedido en el Metro de la Ciudad de México no solamente representa la incapacidad de ella para la rectoría de esa entidad, sino que significa que no es capaz de contar con personal calificado para sostener en niveles de seguridad una gran empresa. 
Si se queman los cables, si estalla fuego en las estaciones, eso da a entender que los responsables de tales maniobras no saben en realidad, de verdad, lo que tienen que hacer para que la Ciudad de México esté realmente segura. Y de eso no son ellos los responsables directos, sino es Claudia, quien hasta ahora se muestra totalmente incapaz de enfrentar y resolver problemas de tal naturaleza.
El paisano del Presidente, titular de Gobernación, de ninguna manera ha crecido en potencia y sabiduría gubernamental, es evidente que ahí lo puso Andrés Manuel como un oportunismo, o sea: por decir lo menos, un relleno para ver si crecía. No creció, por el contrario, su personalidad se hizo pequeña al confrontarse absurdamente con varios de los gobernadores y al obligar a otros a aprobar una ley que, libremente votada, de todas maneras hubiera quedado en favor de los deseos de López Obrador.
El titular de Gobernación se hizo pequeño y, por supuesto, ya no cuenta en nada para la Grande.
En las cartas que tiene en sus manos López Obrador, es evidente que no le queda más que Marcelo Ebrard.
Está a la vista que don Andrés Manuel no lo quiere como sucesor; pero por desgracia para él ya no hay otra carta que jugar, no puede sacarse a una de la manga, porque sería el más absurdo que pudiera cometer, ahora simplemente nombra a Marcelo o pierde definitivamente la jugada.
Sus “corcholatas” resultaron muy pocas para un juego tan importante en la sucesión presidencial. Por presumir, don Andrés, que se había acabado el tapadismo, cayó en una trampa. Todavía no es tiempo de juzgar lo que acontecerá, porque Marcelo no es un tonto, menos inculto, se trata de persona sumamente capacitada, con grandes antecedentes intelectuales, valioso en el pensar y decidir. Si a esa carta va don Andrés con toda confianza, lo más seguro es que salga ganando y que la realidad del futuro sea mejor que con corcholatas artificiosas.

 

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