Hay algo paradójico y revelador en que el juicio de Genaro García Luna esté sucediendo en la misma corte de Brooklyn en la que Joaquín Guzmán fue sentenciado a cadena perpetua. Está por verse el desarrollo y conclusión del proceso de la justicia estadounidense contra García Luna, pero el alcance corruptor de las organizaciones criminales mexicanas es evidente.
Los periodistas que han cubierto el tema por años saben que ese ha sido el caso en cientos de municipios en todo México, imposibles de gobernar sin establecer algún tipo de connivencia con los criminales. La corrupción se ha extendido también a gobiernos estatales. Se ha metido en la vida electoral del país y ha secuestrado mecanismos de seguridad a través de amenazas y sobornos estratosféricos. Incluso si García Luna lograra demostrar su inocencia, la historia de la podredumbre institucional mexicana frente al poder corruptor del crimen ya está escrita.
A medida que proceda el juicio, otra reflexión también resultará ineludible: el costo y la validez de la lucha contra el narcotráfico. Por supuesto, hay un argumento central que la justifica: el Estado no puede claudicar ante quien pretende tomar atribuciones que lo suplantan. En México no puede haber dos gobiernos. La autoridad es una. De otra manera, el país se vuelve inviable.
Pero hay otra discusión dolorosa. ¿Es posible ganar la guerra contra las drogas? La batalla reciente contra el fentanilo y las consecuencias de la detención de Ovidio Guzmán en Sinaloa ilustran la impotencia.
La producción y tráfico de opioides sintéticos es tan eficiente, sobre todo en comparación con otras drogas, que parece muy complicado erradicarlos. Pero no es solo la facilidad en la oferta. El problema central para México en esta batalla que ha costado tantas vidas es la proximidad de la demanda insaciable estadounidense. ¿Se puede ganar la guerra contra las drogas cuando del otro lado de la porosa frontera hay un mercado que no tiene llenadera?
Y no solo eso. El espectáculo terrible de la resistencia de las organizaciones criminales en Sinaloa frente a la segunda detención de Ovidio Guzmán de nuevo ha exhibido el calibre del armamento con el que cuentan. En la paradoja más indignante de la historia moderna de México, esas armas vienen del mismo lugar que succiona toneladas de droga. Entonces, de nuevo: ¿Es posible ganar la guerra cuando del otro lado de la porosa frontera hay un mercado que no para de consumir drogas y no para de enviar armas de guerra?
La combinación de estos dos factores y la profunda corrupción que ya han revelado los testimonios que escucharemos en el proceso contra García Luna obligan a una reflexión seria.
Lo cierto, conforme nos acercamos a dos décadas de guerra contra el crimen organizado, es que México enfrenta una situación imposible. A medida que crece la capacidad tóxica, financiera, y militar del narcotráfico, la batalla será cada vez más difícil. No estamos más cerca de la conclusión de la violencia. Los incentivos, por desgracia, parecen sugerir lo contrario.
Es imposible no llorar la tragedia mexicana.