Por: Dolores Hernández G

A veces no sabe uno definir exactamente lo que siente porque los pensamientos están mezclados, como cuando has conocido a personas mucho más jóvenes que tú, las admiraste en silencio observando todo lo que lograban hacer, estaban rebosantes de vida y energía, incluso llegaste a imaginar que cuando te fueras del planeta ellas irían a despedirte, quizá llorarían por ti, y de repente sabes que una de ellas terminó su camino y ya no está entre nosotros. ¡Impactante! Lamento el tránsito de mi amiga y colega, la psicóloga Maricela González, que este sábado abandonó el planeta y comenzó un nuevo destino en otra dimensión.

La muerte no es alegre, entristece y lo enfrenta a uno con sus temores más grandes, ¿cuándo me tocará a mí? ¿Cuál será mi fecha? Por eso digo que se me dificulta definir exactamente lo que siento, suena raro que en mi cabeza estén juntas la tristeza y la alegría: se fue Maricela, tristeza; pero yo todavía estoy viva, alegría.

Por mi mente han comenzado a desfilar montones de recuerdos de los años que Maricela y yo trabajamos juntas, como cuando dimos capacitación a los conductores del servicio de transporte, no recuerdo en qué año. Los reuníamos en la Escuela de Artes y Oficios que estaba enfrente del Instituto Lux, que ya no existe. Ellos llegaban a bordo de su camión de pasajeros como si fuera su auto o su moto, lo estacionaban en el patio y entraban al aula. Allí les hablábamos de la responsabilidad personal, de conducir la propia suerte, de ser el volante de su vida y lo hacíamos con ejercicios y dinámicas.

Mi amiga Maricela era la más popular entre los conductores, la identificaban perfectamente, quizá por rubia, por energética o por entregada a su trabajo. Cuando tomaba el autobús, llegó a suceder que el chofer le decía que no pagara boleto porque le había gustado mucho la capacitación. También trabajamos en Taxitel. A veces, en algún servicio, al llegar a la clínica, el chofer recordaba: “Aquí nos dieron una capacitación muy buena”.

El taller que más recuerdo se llamaba “Mi segundo aire”. Era para personas que rondaban los cincuenta años. El objetivo consistía mirarse a sí mismos, asumir la propia edad, alegrarse de estar vivos, establecer una buena relación con el propio cuerpo para que durara en óptimas condiciones, explorar el medio ambiente a fin de observar qué cosas podía cada uno generar y ofrecer para tener ingresos y, por último, estudiar y optimizar su legado para las nuevas generaciones. Maricela y el equipo nos reuníamos a preparar las sesiones, redactar los textos, pensar y adaptar los ejercicios y después, ella inyectaba motivación en los participantes.

A propósito de legados, considero que Maricela dejó muchas semillas sembradas de amistad, concordia, comprensión y desarrollo humano. Generalmente, esas semillas germinan con el tiempo y hacen al planeta más vivible. Gracias, querida Maricela. Cumpliste hasta el último momento. Te recordaremos con amor y desde acá te enviamos bendiciones. Descansa en paz.

“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en Psicologa@DoloresHernandez.org

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