Por: Dolores Hernández G.
La Fe, con mayúscula, se adquiere en la familia. La fe con minúscula todos la tenemos, pues creemos en cosas que no vemos ni nos constan, como los chismes de la oficina, las afirmaciones de los científicos de que hay microbios que no alcanzamos a ver a simple vista y los paradigmas que traemos en la mente. “Así es”, decimos confiados en que nos han dicho la verdad.
La Fe tiene enorme influencia en lo que cada uno hace o dice y en cómo ve la vida. Es un don; es decir, un legado de padres a hijos. En vano trataría de tenerla el que no puede creer. Nadie puede comunicarla a quien no la posee. En el mejor de los casos, la persona adquiere la Fe en momentos trágicos o de crisis, siempre y cuando dé su consentimiento.
Tus padres no te dieron la vida, te la comunicaron. Tampoco te dieron la Fe, te la comunicaron. Además, cuidaron que las conservaras, o tal vez lo hicieron otras personas que no eran tus padres biológicos. Luego, tú puedes cuidarlas, cultivarlas, o perderlas. La Fe es la entrada al mundo del espíritu.
En el Espíritu está el código, la ingeniería con que fuimos hechos, los planos y el diseño perfectos que pueden corregir toda clase de “torceduras” y “desviaciones” del proyecto original. Podemos tener acceso a esta maravilla a condición de que usemos la contraseña correcta: “sí”. “Sí, creo que puedo ser ayudado desde otras dimensiones”. “Sí, mi cuerpo y mi mente son manifestaciones de la grandeza divina”. “Sí, acepto todo como es y confío en que sucede para mi bien”…
La Fe con mayúscula nos permite dar un salto a esas dimensiones en las que nos sentimos rodeados, guiados y contenidos. Otro nivel. Como cuando viajas en avión y no tocas la tierra, pero sigues siendo la misma persona.
La Fe trae consigo la práctica de la espiritualidad y quien la practica ya nunca se siente solo sino acompañado y asistido por fuerzas superiores. Sube al nivel de los movimientos del Espíritu. Es la misma persona, pero expandida, renovada, participante de la creación y del proceso evolutivo de la humanidad. Todo cuanto hace es una misión, una vocación. Tener hijos, cuidarlos y educarlos es representar para ellos a la divinidad que provee.
“El justo vive de Fe”, dice la Biblia. O sea que aun en las mayores calamidades se sabe asistido y contemplado con amor y cuidado. Quien no tiene Fe y quisiera tenerla, debe pedirla, porque es un don: “Dios, que yo crea”. “Señor, yo creo, pero aumenta mi Fe”.
La Fe no es indispensable para vivir, pero sí para vivir mejor y sentirse confiado.
“Psicología” es una columna abierta. Puedes participar con ideas, temas, preguntas o sugerencias en Psicologa@DoloresHernandez.org