Muy queridos papás:

 

?Ya estamos cerca de las fechas en las que se fueron… con un año de diferencia… pareciera que no podían vivir el uno sin el otro…

Y a nosotros nos dejaron con una orfandad, que pesa, que cala, que se recuerda cada cierto tiempo… en algunos inesperados momentos. ?Ando como “atarantada”. También muy sensible y presta para llorar en cualquier momento… así es el duelo, lo sé, pero es diferente cuando lo sientes. ¡Y lo peor es que se empieza a sentir como un mes antes de cada aniversario!

?Es difícil, igualmente, porque cuando los papás se mueren (¡ah, Dios, qué fuerte suena esa palabra!) la familia de origen cambia, como si cada quien necesitara llevar su tristeza de manera diferente. O como si los rencores y problemas de antaño, ya sin la presencia paterna, se hicieran más profundos. Y, entonces, de principio te alejas… para después, volverte a reunir, con más fuerza, porque parece que juntos podemos, de alguna mágica forma, revivir aquellos que nos formaron. Alguien me dijo que al abrazar a cada hermano y a mis hijos, pensara que estoy abrazando a mis papás, porque, al final, llevan su misma sangre… me pareció muy lindo.

?Y sé que incluso sueno muy egoísta al extrañarlos y necesitarlos, porque al final, nos vivieron 88 y 82 años, más que suficientes para quererlos, apapacharlos, aprenderles, pedirles consejos, apoyarse en ellos, no sentirse solos…

Pero, a ratos, es muy duro, darte cuenta que ya no tienes un refugio a dónde ir… darte cuenta que ya no habrán esos brazos que estaban siempre abiertos para ti, que te acogían y que te abrazaban con la seguridad y fuerza que en ese momento necesitabas… con su olor.  Saber que ya no está ese amor que nunca te puso condiciones y que te amaba con todas sus fuerzas; que ya no están esos fans que casi todo lo que hacías o decías les parecía maravilloso;  que ya no hay quién te observe con esa admiración que a ratos, rayaba en el embeleso… como solemos maravillarnos los padres con los hijos o los nietos. Que ya no verás esas sonrisas que te alegraban el día; o que ya no escucharás aquellas palabras que te ayudaban a centrarte o que te daban ánimo para enfrentar aquello que temes. Ahora te das cuenta que ya eres la mayor generación de tu familia, y eso impacta.

Al igual, hubo algo que otra amiga me dijo, y que me pareció muy fuerte:  “Ya no hay quién rece por ti o por tus hermanos, aquí, en la tierra”. ¡Ay!  No sé si es un consuelo solo mental y personal, pero pensé que ellos están rezando desde el cielo por nosotros y nos acompañan y nos guían.  Sea de una forma o de otra, ya empecé a rezar por mis hermanos y sus familias…

Es interesante ver cómo los padres son punto de unión y encuentro en las familias… ya sea desde juntarnos a comer o para Navidad;  o para comentar las noticias del día o el problema de algún hermano;  o cuando están enfermos para visitarlos o ponernos de acuerdo para cuidarlos. Ahora ya no hay motivo de reunión… ya tienes que inventarlos… tratar de seguir “tradiciones” o de crear nuevas para buscar congregarnos, agruparnos… volvernos a sentir familia, como cuando estaban ellos.

?Bien me decían Héctor y Aracely, que los chiqueara y les diera TODO lo que me pidieran, porque luego se arrepentía uno de no haberlo hecho.  ¡Menos mal que así traté de hacerlo!, porque todavía me arrepiento de aquello, poco o mucho que no les di, poco o mucho que no les platiqué, poco o mucho que no los abracé…

?Y adjunto un verso que hizo Eugenio Carpizo, que también se titula “Orfandad”:

???“Es un hielo frío que corre por la espalda,

mientras la mirada trata de alcanzar

el sabor del néctar ancestral,

perdido en la memoria;

sin poder entender qué se siente en el espacio vacío

y aprender nuevamente a respirar con los pulmones vacíos.”

 

¡Ay, papito! ¡Ay, mamita! ¡Cómo nos duelen sus ausencias! ¡Cuídenos, guíenos desde ese cielo gozoso y amoroso donde ahora habitan!

LALC

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