Hace unos días el presidente Andrés Manuel López Obrador habló acerca de las razones por las que decidió, a un mes de que iniciara su gobierno, cancelar el proyecto del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM) que se construía entonces en el antiguo lago de Texcoco. El presidente comentó que Alfonso Romo, Javier Jiménez Espriú y quien esto escribe, todos cercanos a él en ese momento, se oponían a tal cancelación. Pero, se apresuró a añadir, los resultados de una consulta popular que mandó a hacer en octubre de 2018 lo convencieron de detener el proyecto.

La historia del asunto inició dos meses antes, cuando López Obrador, en su carácter de presidente electo, pidió a cinco de sus allegados su opinión acerca del aeropuerto que estaba en construcción en Texcoco. En ese grupo estaban los tres arriba citados, así como el connotado ingeniero civil José María Riobóo y un cercano colaborador de éste.

Estos dos últimos recomendaron la sustitución del NAIM por un nuevo aeropuerto que aprovechara la infraestructura de la entonces Base Aérea Militar de Santa Lucía, situada en el municipio de Zumpango, Estado de México. Su propuesta acabó por concretarse en lo que hoy se conoce como el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA).

El proyecto del NAIM tenía a nuestro juicio grandes ventajas. Para empezar, la construcción había iniciado en el año 2015 y su primera fase concluiría en el 2021. Para continuar, su diseño había sido hecho por el afamado arquitecto Norman Foster. Ganador del premio Pritzker en 1999, Foster es en especial reconocido por su diseño de aeropuertos extraordinarios, como el de Pekín y el de Kuwait.

Además, el proyecto del NAIM se haría en dos fases independientes. La primera contemplaba tres pistas paralelas con operaciones simultáneas y una gran terminal de 7.4 hectáreas con la que se hubiera dado servicio a 68 millones de pasajeros por año. Posteriormente se construiría una segunda terminal y otras tres pistas, para lograr conseguir tres despegues y tres aterrizajes simultáneos. La capacidad del aeropuerto se incrementaría entonces a 125 millones de pasajeros por año.

En sus comentarios recientes López Obrador afirmó, por cierto, que el NAIM hubiera requerido 300 mil millones de pesos adicionales para ser concluido. Eso es incorrecto. En el 2018 ya se tenía fondeada una buena parte del presupuesto de inversión, y el resto representaba menos de 90 mil millones de pesos. Esta última cantidad es significativamente menor a la que se tuvo que erogar posteriormente para hacer el AIFA.

La cifra de 300 mil millones de pesos es cercana más bien al costo que se incurrió por la cancelación del NAIM, debido a la inversión física que fue perdida y a la financiera que se transformó en deuda pública.

Una última precisión. Los dimes y diretes que se han suscitado tras la cancelación del NAIM se han enfocado esencialmente en cuestiones monetarias y políticas. Pero el análisis comparativo final debe ser hecho en términos del espacio aéreo. Al no tener un único gran aeropuerto como el NAIM, ¿pueden coexistir los existentes en la zona, el de la Ciudad de México, el AIFA y el de Toluca? ¿Se reducirá o no la seguridad aérea cuando los tres operen al tope y de manera simultánea?

 

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