Se acerca el primer aniversario de la guerra rusa contra Ucrania.

Más allá de lo que digan los repetidores de la propaganda de Moscú o las muchas víctimas de esa maquinaria de desinformación, se trata de una conflagración injustificable. La invasión solo se entiende desde la demente ambición imperial de un hombre que ha decidido operar desde la interpretación más agraviada y pobre de la historia moderna de su país. Al invadir Ucrania, el autócrata del Kremlin ha condenado a Rusia a una regresión. Antes que convertirse en un actor internacional respetado, es hoy un paria. Los rusos que han podido se han ido. La fuga de cerebros es un hecho. Muchos de los que han quedado viven en el limbo entre la propaganda, la desinformación, el temor y el resentimiento.

Es una receta para el desastre, tarde o temprano.

Pero nada de esto garantiza, ni mucho menos, un final próximo para la guerra. ¿Qué ocurrirá en el año siguiente? Los optimistas sugieren que la resistencia heroica ucraniana minará la voluntad bélica rusa, o quizá Putin terminará por caer.

Por desgracia, parece un escenario poco realista.

Hace unos días, David Remnick, eminente editor de la revista “The New Yorker” y periodista experto en Rusia, entrevistó a Stephen Kotkin, el historiador más importante del estalinismo.

Es una conversación sobria, esclarecedora y triste.

Kotkin califica con dureza implacable lo que ha hecho Putin. Dice que es una “tragedia”, un “desastre” y más el asesinato de un país que una guerra. Explica que, después de un año de frustración en el campo de batalla, Putin ahora busca erosionar la capacidad ucraniana de existir. “Si él no puede tener Ucrania, entonces nadie puede tener Ucrania”, dice Kotkin.

Le resulta admirable la resistencia de los ucranianos, lo mismo que la solidaridad de las naciones occidentales. Piensa que es fundamental que Ucrania, gane en el campo de batalla, y, de alguna manera, en las negociaciones inevitables.

Pero añade consideraciones sombrías.

Duda que Putin esté perdiendo poder en Rusia. Sugiere que las sanciones, aunque pueden estar funcionando de alguna manera, no han sido suficientes como para crear un ambiente que reduzca el control que ejerce Putin. Los rusos se han acostumbrado a la escasez que ha supuesto el proceso de sanciones y, notablemente, a la muerte de miles de hombres en una guerra inexcusable, pero que el Estado les vende como necesaria. Como Putin no tiene empacho en obligar a su pueblo a sufrir, Kotkin piensa que su caída es improbable.

Eso lo lleva a reflexionar sobre la definición de la victoria ucraniana. A menos de que el conflicto escale -y para eso sería necesario que también creciera la capacidad de producción de municiones para el ejército ucraniano, por ejemplo- Ucrania probablemente deberá enfrentar una decisión tremendamente dolorosa: sentarse a negociar con el asesino. Eso podría implicar, naturalmente, perder territorio. Pero Ucrania podría obtener a cambio el ingreso definitivo a la Unión Europea y comenzar un proceso de reconstrucción que costará, de acuerdo con los cálculos de Kotkin, el doble del PIB anual ucraniano.

En un mundo de conclusiones descorazonadores, esa puede ser la menos dolorosa.

A corto plazo, un acuerdo así podría implicar una suerte de Victoria para Putin. Pero Kotkin también advierte que no es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y pone el ejemplo de otro tirano: el dictador serbio Miloševi?. Quizá las deudas tardarán en llegar para Putin, pero como le ocurrió al serbio, la historia y la justicia no olvidan.

Pero para eso faltan años, al menos de acuerdo con Kotkin, que ha recurrido la vida del mismísimo Stalin. En los próximos tiempos, Volodymyr Zelenski y su valiente pueblo quizá tengan que enfrentar la experiencia terrible de sentarse a la mesa con el asesino de sus hombres, violador de sus mujeres, y ladrón de sus hijos.

“Todo esto me duele tanto “, remata Kotkin.

Tiene razón.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *