Si resulta imposible no sentirse satisfecho ante la condena de uno de los personajes más siniestros de nuestra historia reciente, México en realidad no tendría nada que celebrar. No solo la condena en un tribunal neoyorquino -y no mexicano-, sino todo el proceso seguido contra Genaro García Luna ofrece un retrato del país que hemos construido en el último cuarto de siglo. Un territorio sin ley y sin justicia, en el que la diferencia entre el Estado y las organizaciones criminales no existe, los responsables de perseguir a los delincuentes son delincuentes ellos mismos, quien accede a las más altas esferas del poder siempre lo usa en su provecho y no hay margen para la reparación del daño, para la verdad o para que las víctimas sean escuchadas.

Es evidente que el golpe más duro se lo llevan los dos gobiernos del PAN que ascendieron, justificaron, premiaron y protegieron a GL. Aun hoy debería horrorizarnos que, después de que el jefe de la policía federal -la AFI, una creación suya- reconociese en televisión haber violado el debido proceso y los derechos humanos de Florence Cassez e Israel Vallarta, Vicente Fox no lo haya destituido de manera fulminante. Y peor aún: ya con este antecedente, Felipe Calderón no solo lo nombró secretario de Seguridad Pública, sino que lo convirtió en su brazo derecho y a su lado ejecutó una de las acciones más perniciosas e irresponsables emprendidas por nuestros gobernantes, ese desastre continuado al que seguimos llamando guerra contra el narco.

Calderón sabía que se entregaba a un hombre sin escrúpulos, cuyas mayores virtudes parecían ser la eficacia y la lealtad -hoy hemos comprobado que ambas eran también montajes-, dispuesto a cualquier cosa, la tortura, el chantaje, la mentira, para conseguir sus objetivos comunes. A nadie debería sorprender su captura y su condena: García Luna encarna -igual que su némesis: El Chapo- el alma de la nación. Su estrepitosa caída es la conclusión natural a una carrera en la que no hizo sino simular una cosa siendo su reverso: el montaje es la práctica más común entre nuestros políticos. Desde tiempos del viejo PRI, esto es México: un lugar que se dota de leyes que jamás se cumplen y de gobernantes a quienes solo les importan sus propios intereses.

La condena a GL representa, al menos, el fin de la vida política de Calderón y de su círculo. Y, en buena medida, la del PAN: un partido que se ha mostrado incapaz de emprender un examen de conciencia respecto a la monumental catástrofe de la guerra contra el narco. Su torpe defensa, según la cual GL nunca fue militante, no lo salvará del descrédito y la vergüenza históricas y menos con un Presidente que no se cansará de restregarle, con razón, su complicidad. Si el PAN aspira a sobrevivir, necesitará nuevos líderes que condenen sin ambages su pasado calderonista.

López Obrador ha celebrado la condena como un triunfo personal y lo rentabilizará para que su candidata obtenga la victoria en 2024. Lo ocurrido con GL confirma su idea de la mafia en el poder: el diagnóstico sobre sus predecesores siempre fue correcto. Por desgracia, todo lo que ha hecho desde que llegó al poder no ha servido para corregirlo o revertirlo, sino para acentuarlo. En vez de alterar las reglas de juego, de emprender una política de legalización de drogas -como prometió- o de transformar nuestro podrido sistema de justicia, decidió concederle todo el poder en materia de seguridad no ya a un individuo, como Calderón con GL, sino a una institución, el Ejército, que pronto se revelará -lo veremos- tan corrupto como este.

Porque la condena a GL lo es, sobre todo, a un absurdo modelo global hacia las drogas. México ha sacrificado 350 mil vidas por una ficción puritana que no ha impedido, ni antes ni ahora, que todas las drogas lleguen a sus puntos de venta. Una serpiente que se muerde la cola: la prohibición solo provoca un mercado cuyas gigantescas ganancias siempre lograrán corromper a los encargados de sabotearlo. Si no rompemos este círculo vicioso -nunca mejor dicho-, GL solo será un eslabón reemplazable en una cadena que es, por sí misma, criminal.

@jvolpi

 

 

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