Hemos construido modelos sociales y de convivencia que no funcionan; principalmente porque están integrados por humanos… Lo sé, no hay de otra.
El ser humano es un ser social; así nos definió Aristóteles (384-322 A.C.) dada la necesidad de vivir comunitariamente para enfrentar los peligros y resolver nuestras necesidades. Al mismo tiempo cada uno somos seres individuales con características y necesidades propias y muchas veces diferentes, lo que obliga por necesidad a conciliar ambas particularidades, la de ser social y la de ser individual para así poder convivir y sobrevivir; el problema es cómo hacerlo.
A través de la historia de la humanidad, las diferentes culturas buscaron la forma de organizarse para salir adelante, desde las tribus dirigidas por el macho dominante (pocas veces se dio el matriarcado, principalmente por las dependencia femenina durante los períodos de embarazo que las dejaba en estado de indefensión y por las diferencias físicas que dan preminencia a la fuerza del macho), liderazgos sostenidos, las más de las veces, por la ley de la selva, la ley del más fuerte.
Con el tiempo, dada la ignorancia y la manipulación de algunos, surgieron las religiones para explicar los fenómenos naturales y dar sentido a la muerte y con ello la casta sacerdotal que se mimetizó con la clase política y gobernante para dominar a las masas, lo que permitió construir sociedades más grandes, operativamente eficaces pero injustas, creando dos grupos: gobernantes y gobernados y dando paso al sojuzgamiento y a la esclavitud justificados de mil maneras; además se construyeron falacias para explicar y argumentar abusos, como el derecho de sangre o sangre real, emanada de un derecho divino, avalado por la casta sacerdotal a cambio de prebendas y canonjías y heredado a la prole del hombre fuerte: Rey, Monarca, Señor, Zar, Sultán o Emperador; estupidez que aún perdura en España, Japón, Arabia, Dinamarca e Inglaterra, entre otros
Con el tiempo, las sociedades despertaron y se dieron cuenta que el engaño de un pretendido designio divino y de una supuesta realeza, eran mentiras sobre la que se construía una forma de organización basada en el poder y mandato (orden) emanado del dirigente o líder y de sus familiares; lo que dio pie a las revoluciones y la emancipación de los pueblos para gobernarse de otras maneras; así nacieron los sistemas de gobierno, clasificados en totalitarios, autoritario y democrático. Y a su vez, como en los cuentos, con opciones y alternativas buenas y malas: La monarquía con un buen rey (gobernante único) VS la tiranía dónde gobernaba un déspota; La aristocracia, dónde gobernaba un grupo privilegiado a favor del bien común VS la oligarquía, en dónde un pequeño grupo se beneficiaba de gobernar a las mayorías y; la Politeia, gobierno del pueblo VS la democracia en dónde gobierna el pueblo, la calle. Cito de OAS.org: “Los sistemas autoritarios son – al igual que los totalitarios – sistemas no democráticos. El concepto no es del todo claro: abarca un gran número de regímenes diferentes, como las dictaduras militares de izquierda y de derecha, los regímenes de Franco en España y de Pinochet en Chile. En tales sistemas, las elecciones suelen ser manipuladas.”… “En los sistemas democráticos representativos, como los sistemas de gobierno parlamentario y presidencialista, el pueblo no ejerce el gobierno directamente, sino que lo transfiere a órganos que asumen las funciones gubernativas en nombre de él. Gran Bretaña es considerada la cuna del sistema de gobierno parlamentario; EEUU es el prototipo del sistema de gobierno presidencialista (ambos en crisis). La distribución de los sistemas según las regiones del planeta es diversa: mientras en Europa predominan los parlamentarios, en América y en África está más difundido el presidencialista.” En estos sistemas “democráticos” la representación suele darse mediante elecciones en dónde, organizaciones llamadas: Partidos Políticos, postulan a los aspirantes para puestos de gobierno o representación, los que se eligen de dos maneras, por el voto de representantes populares o por el voto directo mayoritario de la ciudadanía.
Ambos sistemas cojean de la misma pata, como en el caso mexicano; los postulados rara vez suelen ser los mejores hombres y mujeres de la República, por una sencilla razón, la selección de candidatos se da en función de intereses y compromisos de las cúpulas partidarias, lo que trae como consecuencia que los elegidos, antes de tener un compromiso para servir al pueblo que los elige, lo tienen para con quienes, dentro de los partidos los favorecieron o peor aún, con quienes apoyaron financieramente sus campañas, sean gente decente o delincuentes. Tema que seguiremos tratando en el próximo artículo… ¡Así de sencillo!
Un saludo, una reflexión.