Esta vez, el gobierno de México ha ido demasiado lejos.
En los primeros cuatro años de la presidencia de López Obrador, la prensa internacional ha ignorado a México. Por supuesto: los corresponsales internacionales en nuestro país han hecho un trabajo excepcional y revelador. Pero, a pesar de los abusos, dislates y amenazas del gobierno, los grandes medios de comunicación no han querido fijarse realmente en México. No le han dado sus portadas o titulares ni han abierto noticieros con algo sobre el país. La pandemia, el fentanilo y la migración han sido historias, pero no han sido la historia.
Eso se acabó.
El asalto al Instituto Nacional Electoral con el llamado “plan B” ha encendido las alarmas periodísticas. Tras la aprobación del proyecto que alteraría dramáticamente el andamiaje electoral mexicano en beneficio evidente del partido oficial, el “New York Times” colocó la nota como la principal en su edición en internet. David Frum, polémico autor y analista político, acaba de publicar un largo y minucioso ensayo sobre el futuro de la democracia mexicana que, parece ser, estará en portada de “The Atlantic”, quizá la revista mensual más importante del mundo. Anne Applebaum, colega de Frum y académica de gran peso, experta en democracia y conflicto, estuvo ayer en el Zócalo durante la histórica congregación en defensa del INE.
Así, los ojos del mundo están puestos en el intento de erosión que han puesto en marcha el presidente y su partido. Los reportes de figuras como Frum y Applebaum tendrán repercusión en Washington. La reciente preocupación de legisladores en el Capitolio no es casual ni pasajera. Hay inquietud real ante lo que se percibe -con toda justicia, por desgracia– como el desmantelamiento de un sistema democrático que México tardó décadas en construir para evitar, precisamente, la vuelta de la incertidumbre y las tropelías electorales.
No deja de ser paradójico y triste que sea Andrés Manuel López Obrador quien protagonice este asalto contra la democracia. Durante años, López Obrador insistió en la necesidad de tener un sistema electoral confiable en México. Fue él quien impulsó varias de las reformas electorales que dieron forma al INE actual. Bajo las reglas del INE, López Obrador llegó al poder limpiamente y con todo merecimiento en 2018, lo mismo que Claudia Sheinbaum a la capital mexicana, una lista creciente de gobiernos estatales y otros cargos públicos. ¿Por qué entonces su obsesión con su desmantelamiento?
Como tantas otras cosas en este gobierno, la respuesta está en el pasado y la venganza. Como Trump en Estados Unidos, López Obrador cree que la autoridad electoral conspiró para quitarle las elecciones del 2006 y 2012. Cree que finalmente ganó hace cuatro años no desde las reglas del instituto sino a pesar del INE. Cree, asombrado, que “lo dejaron pasar”. Quizá piensa que su victoria –inobjetable, histórica, validada de inmediato por la autoridad electoral– fue un accidente. Más vale desmontar la autoridad electoral para evitar sorpresas futuras.
Es una gran oportunidad perdida.
Antes que reivindicar un sistema electoral que funciona y concentrarse en impulsar maneras de perfeccionarlo, López Obrador ha preferido la apuesta por la destrucción. Aunque el “Plan B” fracase, varias de las conquistas de la democracia mexicana están en veremos. ¿Habrá, por ejemplo, debates presidenciales con la misma libertad periodística y frecuencia que vimos en 2018? ¿Hasta dónde, el retroceso?
El presidente debió recapacitar antes de abrir esta caja de Pandora.
Ahora, sin importar si su proyecto de demolición prospera, los ojos del mundo están puestos sobre México, donde una democracia imperfecta y en construcción está bajo amenaza desde el poder. Y eso no es cualquier cosa.
@LeonKrauze