Durante una reciente conferencia que di en Santiago de Chile sobre el futuro de América latina, uno de los asistentes me hizo una pregunta que me sorprendió.
Me preguntó qué pienso sobre el presidente de El Salvador, Najib Bukele, a pesar de que yo no había mencionado a El Salvador ni a su presidente en mi presentación.
Cuando le respondí que me temo que Bukele es un autócrata electo, y que no hay tal cosa como un dictador bueno, el hombre levantó las cejas y se sentó, claramente decepcionado con mi respuesta.
Más tarde ese día, comentando el episodio con un grupo de académicos chilenos, me dijeron que Bukele se ha convertido en un héroe para muchos en Chile. Los homicidios y los robos violentos han aumentado tanto, que cada vez más gente dice que “necesitamos un Bukele” para que aplique la mano dura contra los criminales, me señalaron.
Bukele, 41, que se ha autodefinido apenas medio en broma como “el dictador más cool del mundo”, es muy popular en El Salvador, y cada vez más admirado por muchos en toda América Latina, por su represión masiva contra las pandillas.
Según InsightCrime.org, un grupo de expertos especializado en la lucha contra el crimen en América latina, la tasa de homicidios de El Salvador se desplomó de 1147 muertes en 2021 a solo 495 en 2022. La “represión decisiva de Bukele contra las pandillas redujo enormemente la tasa de homicidios, aunque a costa de supuestos abusos sistemáticos contra los derechos humanos”, dijo el grupo.
De hecho, la tasa de homicidios de El Salvador había estado cayendo desde 2015, cuando el país era el más violento de América. Pero Bukele aceleró la tendencia hacia la baja el año pasado al usar poderes de emergencia para encarcelar a 62.972 personas, o casi el 2 por ciento de la población adulta del país, según datos del gobierno.
En días recientes, Bukele fue noticia en todo el mundo cuando trasladó a cientos de detenidos a una nueva “megacárcel” que puede albergar hasta 40.000 personas. El presidente la describe con orgullo como “la cárcel más grande de América”.
Acto seguido, Bukele publicó un video súper-producido en el que se puede ver a cientos de prisioneros obligados a correr inclinados en fila, con el torso desnudo y en ropa interior blanca, hacia la nueva cárcel. El video fue el comentario del día en muchos países latinoamericanos.
Sin embargo, hay varias razones para desconfiar de las tácticas de Bukele.
Primero, en lugar de ser un campeón de la ley y el orden, Bukele ha estado negociando secretamente con las pandillas de su país durante años, según varias investigaciones periodísticas bien documentadas del periódico digital El Faro.
Citando una acusación reciente del Departamento de Justicia de Estados Unidos contra 13 pandilleros de la MS-13, El Faro informó que el gobierno de Bukele protegió activamente a pandilleros buscados por delitos en los Estados Unidos.
El gobierno salvadoreño, entre otras cosas, evitó la extradición de líderes de las maras y redujo sus sentencias a cambio de que disminuyeran el número de asesinatos y apoyaran al partido gobernante en las elecciones.
Registros penitenciarios muestran numerosas visitas de funcionarios del gobierno a la prisión para reuniones con líderes de las maras, informó El Faro.
Juan Pappier, del grupo Human Rights Watch de defensa de los derechos humanos, me dijo que no es casualidad que Bukele publicara su video del traslado de los detenidos a su megacárcel solo unas horas después de que se publicara la acusación de Estados Unidos.
“El video del traslado de prisioneros fue una cortina de humo”, me dijo Pappier. “Es un esfuerzo para evitar que se hable de las negociaciones que ha hecho su administración con el crimen organizado”.
En segundo lugar, bajo el estado de excepción de Bukele impuesto hace casi un año, gran parte de los encarcelamientos masivos se llevan a cabo sin el debido proceso. Muchos de los detenidos pueden permanecer tras las rejas durante dos años sin cargos formales.
Entre las decenas de miles de presos hay 1.082 adolescentes y 1.246 niños menores de edad, según datos oficiales publicados por El Faro.
En tercer lugar, es probable que las reportadas negociaciones de Bukele con las pandillas solo hayan ayudado a reducir los homicidios temporalmente, sin reducir el poder ni el tamaño de las maras.
En 2012, el ex gobierno de Mauricio Funes también negoció con las pandillas con fines electorales, y las tasas de homicidio cayeron durante dos años, pero solo para rebotar y alcanzar niveles récord en 2015, dicen los expertos.
Resumiendo, Bukele es un showman político, y su última megaproducción cinematográfica mostrando a los presos marchando semidesnudos hacia “la prisión más grande de América” puede ser solo eso: un gran show. Si no se toman medidas preventivas para reducir la pobreza y desalentar a los jóvenes a convertirse en pandilleros, es probable que su estrategia contra las maras sea un remedio acordado, artificial y pasajero.
@oppenheimera