Ningún jefe de Estado ha dañado tanto su insigne investidura como López Obrador. La devastación comenzó después de su toma de posesión cuando, ante la nación, en un país laico, con la honorable banda tricolor cruzada en el pecho, se arrodilló frente a unos chamanes y se sometió a un proceso de “purificación” (que, por lo visto, nunca prosperó.). AMLO le pierde el respeto a su alta dignidad política al insultar a sus opositores y críticos llamándolos señoritingos, peleles, títeres, mafiosos, pirruris, achichincles, chachalacas, entre otros epítetos y calumnias, en lugar de establecer un diálogo respetuoso y civilizado con sus opositores, a quienes, además, todavía chantajea con la UIF, la FGR y el SAT al servicio de su intolerancia.
López Obrador protestó guardar la Constitución y, sin embargo, ordenó a la Secretaría de Seguridad desobedecer los mandatos de los jueces, con el argumento de contar con “otros datos” sobre los procesos de los acusados, o sea, se trata de una conducta delictiva que atenta contra la autonomía del Poder Judicial.
De 1,035 “mañaneras” AMLO se ha referido en 700 ocasiones en términos, por lo general peyorativos, al Poder Judicial, que, claro está, según él afirma, no puede estar al servicio de particulares, ¿pero sí puede estar a su servicio, para destruir nuestro Estado de Derecho y nuestra democracia?
Las decisiones de los jueces están fundadas en normas jurídicas, son los responsables de la interpretación y aplicación de las leyes. De sus sentencias, al declarar inocente o culpable a los imputados, depende la seguridad jurídica y, por lo tanto, la paz social, por lo que debe respetarse su autonomía y su independencia de criterio a cualquier costo. Sin embargo, AMLO acusa a los jueces, en su inmensa mayoría dignos de todo nuestro respeto, de tener “un poder omnímodo”, de pertenecer a un “Castillo de la pureza”, que “no resisten cañonazos al representar a grupos de intereses creados, porque para él, el Poder Judicial “no garantiza la justicia.” Para “ellos el pueblo no cuenta”, como el caso de los ministros, quienes, en su mayoría, “no quieren el cambio” ni “los veo con interés de hacer justicia”, porque “la gente no puede someterse a la ley, hecha para beneficiar y proteger al pueblo”.
¿Qué? ¿La gente no puede someterse a la ley? ¿No? ¿Entonces a quién sí?
“Con Piña una relación lejana”, declaró al referirse a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la licenciada Norma Lucía Piña Hernández, quien ignora con buen tino, las agresiones de AMLO. ¿Piña? A esa ilustre jurista, de reconocida solvencia profesional, ética y patriótica, garante de la nuestra división de poderes, AMLO intenta ofenderla, la calumnia para debilitar, aviesamente, nuestro sistema jurídico, además de quebrantar el principio de independencia judicial. Los otros poderes de la Unión, no son extensiones del ejecutivo como acontecía con las dictaduras que ya hemos padecido.
Las declaraciones en contra de la ministra presidente atentan contra su integridad personal y divide atrozmente a nuestra sociedad con un temerario discurso de odio. Me resulta inimaginable la posibilidad de que esa distinguida jurista, honra de la República, fuera víctima de un atentado por las difamaciones vertidas por López Obrador. ¿A dónde iría a dar nuestro país si llegáramos a padecer un terrible evento de esa naturaleza, en razón de la incontinencia verbal del presidente extraviado en su avidez ilegal por el poder?
A Arturo Zaldívar no lo absolverá tampoco la historia por su sospechosa obsecuencia ante AMLO.
La misión del juez, severa y agobiante, es muda y sin brillo, dura, agobiante y, en ocasiones, injusta al no gozar de éxitos políticos espectaculares. Nadie, nunca les rinde homenajes a estos servidores probos y honrados, de quienes depende la paz social.
En el fondo, son héroes anónimos, colosales árbitros que alivian tensiones sociales y restablecen la confianza ciudadana.
¿Qué sería de México si nuestros ínclitos y perínclitos jueces se rindieran ante los dictados del AMLO?
Vale la pena recordar aquello del molinero de Berlín ante el Emperador que trataba de quitarle sus tierras: “todavía hay jueces en Berlín”.