Conocí a David desde hace muchos años porque su papá, Don David Cashat Succar y el mío, Arturo Sánchez Hernández, fueron grandes amigos y socios, además de que su familia desde siempre nos ha otorgado la gran distinción de ser asesores y auditores en su grupo empresarial encabezado por Calzado Coqueta, una empresa icono de la industria zapatera leonesa.

Fue así como desde hace más de 30 años que iniciaba en mi quehacer profesional, conocí a David y a su hermano Juan Carlos, quienes, conjuntamente con su papá, ya dirigían con éxito los negocios familiares; David en la fábrica de calzado, y Juan Carlos en la tenería.

En David se observaba la seriedad, disciplina y honorabilidad de su padre, la gran alegría y espontaneidad de su madre, Doña Martha; y la estabilidad, sencillez y amor que le daba su esposa, Mary.

Siempre vi a David como un hombre particularmente preocupado por el bienestar de todos sus trabajadores, por ello sus empresas permanentemente han mantenido una política salarial en la que se paga a cada quien lo justo, pero, sobre todo, jamás regateando ninguna prestación para sus colaboradores. Para él estaban prohibidas las planeaciones que pudieran perjudicar el salario, pensiones o beneficios de sus empleados.

Recuerdo que en más de una ocasión David me mandó llamar para consultarme sobre “estrategias” fiscales que algunos “consultores” le ofrecían, que le harían obtener mayores ganancias, pero cuando le explicaba que éstas estaban basadas en evitar el pago de contribuciones sociales o incluso de dar la vuelta al pago de la participación a los trabajadores en las utilidades (PTU), él siempre las rechazaba de inmediato, pues nunca compartió la idea de obtener utilidades por encima del bienestar de su gente.

Más bien era todo lo contrario, me llamaba para peguntarme y pedirme formas de implementar ideas que vinieran a fortalecer las relaciones laborales en su empresa, a través de dar más beneficios a sus colaboradores, como cuando instaló el comedor para sus empleados, con las mayores condiciones de calidad e higiene.

Pero la anécdota que más recuerdo de David, o por lo menos la que más me dejó marcado, fue una vez que, ante un aumento significativo que tuvo el costo de transporte en nuestra ciudad, me llamó para que diseñáramos una prestación que regresara a sus trabajadores el costo que para ellos significaba ese incremento, pues él sabía y estaba consciente de lo que eso representaba para la economía familiar de muchos de sus colaboradores.

Es decir, David no era un hombre que estuviera ausente de la problemática de sus empelados fuera de su fábrica, por el contrario, era del tipo de empresarios visionarios que sabía que para que una empresa crezca y sea exitosa, lo debe hacer de la mano y a la par de sus colaboradores, ya que sin ese círculo virtuoso no podría haber paz ni tranquilidad en su conciencia.

Se nos ha ido un grande; a pesar de haber partido joven, su legado seguramente se seguirá haciendo presente en las empresas a través de sus hijos y, por supuesto, de Juan Carlos. Nos hacen falta muchísimos más empresarios como David, quien seguramente ahora desde arriba, junto con su papá, estarán viendo y sintiéndose orgullosos del ejemplo que nos dejaron, reflejado en las miles de condolencias que se han expresado por su partida.

La última vez que lo vi, con la confianza que nos teníamos me dijo: “¡ay José Arturo, como te gusta meterte en problemas¡”, y que razón tenías mi querido David, un abrazo hasta el cielo.

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