Carlos M. Urzúa
Nos cuesta mucho trabajo a los mexicanos poder imaginar que, a pesar de todo, nuestro país podría tener un futuro promisorio. No era la burra arisca, dice el dicho, pero la hicieron. Y sí, desde los años setenta del siglo pasado los mexicanos andamos un tanto ariscos. Justo a partir de esa década cuando usted, amable lector, a la mejor no había nacido, pero ya vivían sus padres o sus abuelos. Cuando todo comenzó a cambiar para la economía mexicana, y no todo para bien.
Retrocedamos el reloj aún más atrás. Transcurría el año 1961, uno de esos años de fines de los cincuenta y principios de los sesenta cuando parecía que otro gallo nos cantaría. Eugenio Black, el entonces presidente saliente del Banco Mundial, dio un discurso memorable en su despedida, si no por otra razón por lo que dijo acerca de nuestro país. Black señaló, en particular, que Rusia, México y Japón (nada menos que en ese orden), “todavía debían lograr que sus economías fueran de alto consumo, pero que podrían conseguirlo de forma previsible en un futuro cercano”.
Descubrí ese comentario a mediados de los noventa, cuando indagaba acerca del papel que México había jugado en la reunión de los países aliados que tuvo lugar en Bretton Woods, en el estado de Nuevo Hampshire de los Estados Unidos, durante el mes de julio de 1944. Esa cita me sigue todavía sorprendiendo y nunca pierdo la oportunidad de mencionarla a mis alumnos cuando hablo sobre la historia económica de México.
La afirmación de Black fue hecha hace más de medio siglo y desde entonces mucha agua ha corrido bajo el puente. Desde el sexenio de la administración de Luis Echeverría Álvarez hasta la actual administración, a cargo de otro político que en más de un sentido recuerda a Echeverría, la economía mexicana ha crecido y se ha derrumbado, ha experimentado periodos de bonanza y de crisis, ha permanecido por décadas aletargada y ha estado al borde del precipicio.
Pero todo puede cambiar, para bien, en los siguientes años. La economía mexicana puede iniciar su tránsito por una senda de mayor crecimiento debido al único factor que es relevante en el largo plazo: la inversión privada, tanto nacional como extranjera.
La buena noticia de que Tesla instalará una planta en México no causó sorpresa, ya se veía venir. La gran eficiencia de los trabajadores mexicanos en ciertos sectores, como el automotriz o el aeronáutico, hará de nuestro país probablemente el mayor polo de atracción de la industria manufacturera en América del Norte.
Lo que no se veía venir, hasta hace un par de años, era la creciente relocalización de empresas productoras de insumos industriales de otras regiones hacia México. Esto se explica parcialmente por las reglas de origen que establece el T-MEC, pero también por la lucha por la hegemonía entre Estados Unidos y China.
Ahora bien, ese mayor crecimiento de nuestra economía no podrá ser sostenido si el sector eléctrico no se reforma de manera acorde. Esperemos que el gobierno mexicano tenga la suficiente visión y vuelva a impulsar la generación privada de electricidad mediante las fuentes de energía limpia que existen en el país, especialmente la energía solar fotovoltaica y la energía eólica, cuyos costos de producción son ya muy reducidos.