No todos se dan cuenta. México vive el mayor desafío de la era moderna. Ni las devaluaciones, ni los cambios de gobierno, ni los temblores, ni la terrible situación provocada por la pandemia. Nuestro gobierno federal erró en la estimación del tamaño de la crisis sanitaria e instruyendo a tener sub registros de infectados y muertos. Tenemos los estragos de la recesión desde el 2019 (provocada por factores internos) y ahora, las consecuencias factores externos. Pero lo peor, es sabe que estamos atrapados por el enorme poder de las fuerzas armadas y por otro lado, del narcotráfico.
Nuestro Presidente sigue en su estilo de querer concentrar poder y toma de decisiones. AMLO, sigue atacando, ofendiendo, insultando, amenazando a quienes no piensan como él. Incluso, insiste en su obsesión de querer controlar al órgano electoral, cuando la Constitución le da esa facultad exclusiva al INE (Instituto Nacional Electoral), olvidando que es Jefe del Estado mexicano, que gobierna para todos, y que durante sus campañas electorales sufrió la injerencia de los presidentes en turno y ahora él repite los mismos errores que sus antecesores.
El Presidente sigue utilizando recursos públicos y todo el poder del Estado mexicano, a favor de su partido, MORENA y en contra de sus opositores. Quizá es la condición humana, quizá es la manera de ser de AMLO, quizá sea su estrategia para desaparecer al INE y presionarle en caso de perder las elecciones intermedias, el caso, es que el Presidente claramente ha tomado partido desde el poder público.
Los gobiernos socialistas en la era moderna, -contra los principios democráticos que enarbolan en su plataforma social, encaminada a construir una sociedad más justa-, han caído en errores al querer concentrar poder en un solo hombre y en perpetuarse en el poder. A falta de una izquierda moderna, conciliatoria y democrática, se han impuesto esquemas de concentración de poder como con los Ortega en Nicaragua, los Kirchner en Argentina, Evo en Bolivia, los Castro en Cuba.
Hoy, su desafío es permitir el juego democrático para que sociedades modernas puedan elegir libremente la mejor opción, incluyendo al socialismo como plataforma que ve primero por las mayorías. Esa es la alternativa que esperábamos con AMLO y que, con el paso del ejercicio de gobierno, comprobamos que no tuvo, ni tiene, ni tendrá el Presidente. Conforme más tiempo pasa, más intolerante, ofensivo y sectario se muestra.
El INE es valorado desde su origen en el IFE, como una institución que garantiza resultados equitativos, justos, transparentes. El INE recibe las prerrogativas para los partidos políticos que constituyen la mayor parte de sus partidas y tiene, es cierto, un aparato burocrático enorme y el costo de la elección también lo es, pero todo es resultado de la desconfianza que nos llevó al “voto por voto y casilla por casilla”. Fue precisamente la reivindicación que tuvimos desde la izquierda mexicana, para que tuviéramos mecanismos seguros para depositar nuestro voto, después del gran fraude de 1988 orquestado por Bartlett, el consentido de la 4T.
Si perdemos la independencia del INE y permitimos la concentración del poder en un solo hombre, sin los contrapesos de los otros dos poderes (el legislativo y el judicial) y sin el peso de la opinión pública y de las organizaciones de la sociedad civil, México tendrá en los errores del Presidente AMLO, costos enormes, al perder el futuro. Si seguimos concentrando el poder en un solo hombre y éste no convoca a todos los sectores, seremos frágiles para construir un mejor País; la historia de la humanidad ha demostrado que los proyectos de futuro han sido construidos por medio de la concordia, no de la división. Por todos, y no por uno solo. Lo había prometido, lo había dicho en discursos. No usaría el poder presidencial contra sus adversarios. El hombre autócrata nos engañó para darle nuestro voto.