A Jean-François Revel le asistía la razón al sostener que “las revoluciones sirven para concentrar aún más el poder o no sirven para nada.” El filósofo ostentaba poderosas razones para demostrar la validez de sus argumentos. Al concluir la pavorosa revolución rusa de 1917 no se inició el proceso de construcción de una democracia, sino  todo lo contrario: los bolcheviques asesinaron al zar Nicolás II para fundar una terrible dictadura que, hoy en día, encabeza Putin. Al final de la revolución francesa guillotinaron a Luis XVI, pero Napoleón arribó para concentrar aún más el poder. Al final de la revolución china de 1949, Mao Tse Tung expulsó a Chiang Kai-shek, otro dictador. Dicho movimiento armado solo sirvió para arraigar una nueva tiranía que también subsiste hasta el día de hoy. Imposible olvidar el derrocamiento en 1959 de Batista, al terminar la revolución comandada por Fidel Castro, quien impuso una nueva y sangrienta dictadura de más de 60 años de existencia. ¿Más? La revolución mexicana solo sirvió para concentrar aún más el poder al surgir la diarquía Obregón-Calles a la que siguió la Dictadura Perfecta, que habría de terminar en 1997 a mitad del gobierno de Ernesto Zedillo cuando la oposición dominó el Congreso de la Unión. ¿Cuál democracia mexicana en el siglo XX?

Los mexicanos, hartos de los fraudes electorales, de la corrupción y de fracasos en casi todos los órdenes de la vida política, cultural y económica de la nación, constituimos, en la última parte del siglo XX, organismos autónomos como el Banco de México, el actual INE, el INEGI, la COFECE, el IFT, el INAI, la FGR, y CONEVAL, para colocar después de casi 200 años de nuestra independencia, los cimientos de nuestra anhelada democracia y de nuestro Estado de Derecho. La inmensa mayoría de los integrantes de los partidos políticos y de la sociedad nos dimos a la tarea de construir el futuro de México, de nuestros hijos y de nuestros nietos.

Un esfuerzo de semejantes proporciones no podía arrojar resultados inmediatos, sin embargo, con empeño, paciencia y patriotismo, iniciamos esperanzados el proceso de construcción de nuestra democracia, un proceso llamado a durar varias décadas para lograr su consolidación, que, entre otras ventajas acarrearía mejores niveles de educación, mayor crecimiento económico, un ataque frontal a la desigualdad, un confiable sistema de impartición de justicia, la eficiente contención del narcotráfico, el cuidado escrupuloso de la colosal marca “México” en el mundo, el respeto cabal a la voluntad popular electoral y, para concluir entre otros enormes beneficios, la certeza jurídica para la inversión nacional y extranjera. ¿Qué nuestros organismos autónomos son una panacea? Pues si han reportado provechos infinitos a múltiples naciones, ¿por qué razón no iba a favorecernos a nosotros en las mismas asombrosas proporciones?

Con los debidos claroscuros, los mexicanos construíamos un mejor futuro hasta que, víctimas del engaño populista, se le permitió el acceso al poder a la “4T” que traicionó a la independencia de México, a la Reforma, a la revolución y que ahora, convertida en la “Cuarta Trituración”, descuartiza, desmiembra y destroza el trabajo patriótico de varias generaciones.

La “Cuarta Trituración” ha creado casi 5 millones más de pobres, devastado los sistema de salud, dividido a la nación, favorecido la expansión del narcotráfico, destruido la reforma educativa, demolido nuestras relaciones exteriores, dañado los vínculos con los socios del T-MEC, pulverizado los organismos autónomos para instalar una dictadura fascista-comunista de consecuencias fatales como si no hubiéramos aprendido de la historia.

La “Cuarta Trituración” será recordada como la peor tragedia nacional desde la revolución. No soy ni seré cómplice de la devastación de la patria, pero no puedo dejar de sentir vergüenza y desesperación al saberme parte de la generación que asiste a una nueva debacle mexicana, en el entendido que la “4T” solo servirá para volver a concentrar el poder en un individuo y para triturar a la Republica, a la sociedad y a nuestro futuro, si lo permitimos.

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