La semana pasada viví una experiencia tan extraordinaria como inquietante. Craig Mundie, exdirector de investigación y estrategia de Microsoft, me estaba dando una demostración de GPT-4, la versión más avanzada del chatbot de inteligencia artificial ChatGPT, que fue desarrollado por OpenAI y se lanzó en noviembre. Craig se preparaba para informar al consejo del museo de mi mujer, Planet Word, del cual es miembro, sobre el efecto que ChatGPT tendrá en las palabras, el lenguaje y la innovación.
“Debes entender”, me advirtió Craig antes de empezar su demostración, “que esto va a cambiar completamente cómo hacemos todo. Creo que representa el invento más importante de la humanidad hasta la fecha. Es distinto cualitativamente y será transformador”.
Craig agregó que los grandes módulos lingüísticos como ChatGPT aumentarán sus capacidades de manera constante y nos llevarán “hacia un tipo de inteligencia artificial general”, que proporcionará una eficiencia en las operaciones, ideas, descubrimientos y conocimientos “que nunca antes se había logrado en todos los ámbitos”.
Luego hizo una demostración. Y me di cuenta de que las palabras de Craig se quedaban cortas.
Primero, le pidió a GPT-4 —para el que Craig fue seleccionado como uno de los probadores avanzados y el cual acababa de lanzarse al público— que resumiera Planet Word y su misión en 400 palabras. Lo hizo a la perfección, en unos segundos.
Luego le pidió que hiciera lo mismo en 200 palabras. Otra vez, unos segundos.
Después le pidió que hiciera lo mismo en árabe. Igual de rápido. Luego en mandarín. Dos segundos más. Luego en inglés, pero a la manera de un soneto de Shakespeare. Unos segundos más.
Después, Craig le pidió a GPT-4 que escribiera la misma descripción en un verso abecedario: en el que la primera línea empieza con la letra A, la segunda con la B y así sucesivamente hasta terminar el alfabeto. Lo hizo con una creatividad asombrosa:
Acá en Washington hay un museo tan grandioso,<
Base de enseñanza, inspiración y gozo.
¿Cuál será su nombre? Planet Word, le llaman,
Donde descubres el lenguaje o eso exclaman
Exposiciones con historias que contar,
Fascinantes orígenes del arte de comunicar.
Y así sucesivamente, hasta la Z.
Apenas pude dormir esa noche. Observar cómo un sistema de inteligencia artificial —software, microchips y conectividad— produce ese nivel de originalidad en múltiples idiomas en tan solo unos segundos cada vez, bueno… lo primero que me vino a la mente fue la observación del escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke: “cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”.
Lo segundo que me vino a la mente fue un momento al inicio de “El mago de Oz”: la escena del tornado en la que un remolino se lleva todo y a todos por los aires, incluidos Dorothy y Toto, y la mundana Kansas en blanco y negro cambia a la brillante y futurista Tierra de Oz, donde todo es a color.
Estamos a punto de vivir un tornado de este tipo. Hemos entrado en un momento prometeico: uno de esos momentos de la historia en los que se introducen algunas herramientas nuevas, maneras de pensar o fuentes de energía que son tan distintas y avanzadas en comparación con lo que existía antes que no puedes cambiar solo una cosa, tienes que cambiarlo todo. Es decir, cómo crear, cómo competir, cómo colaborar, cómo trabajar, cómo aprender, cómo gobernar y, sí, cómo hacer trampa, cometer crímenes y librar guerras.
Conocemos las eras prometeicas clave de los últimos 600 años: la invención de la imprenta, la revolución científica, la revolución agrícola combinada con la revolución industrial, la revolución de la energía nuclear, la computación personal y el internet… y ahora este momento.
Solo que este momento prometeico no se debe a un único invento, como la imprenta o la máquina de vapor, sino a un superciclo tecnológico. Es nuestra capacidad de sentir, digitalizar, procesar, aprender, compartir y actuar, todo esto cada vez con más ayuda de la inteligencia artificial. Ese bucle se está introduciendo en todo —desde el auto hasta el refrigerador, pasando por tu teléfono inteligente o los aviones de combate— y todos los días impulsa cada vez más procesos.
Por eso, a nuestra era prometeica la llamo “La era de la aceleración, la amplificación y la democratización”. Nunca ha habido más seres humanos con acceso a más herramientas baratas que amplifiquen su poder a un paso acelerado constante, al tiempo que se esparcen en la vida personal y laboral de cada vez más personas al mismo tiempo. Y está ocurriendo más rápido de lo que casi cualquiera habría previsto.
El potencial de estas herramientas para resolver problemas que podrían parecer imposibles —desde la biología humana hasta la energía de fusión y el cambio climático— es impresionante. Consideremos tan solo un ejemplo del que tal vez la mayoría de la gente ni siquiera ha oído hablar: la manera en que DeepMind, un laboratorio de inteligencia artificial propiedad de Alphabet, la empresa matriz de Google, hace poco utilizó su sistema de inteligencia artificial AlphaFold para resolver uno de los problemas más retorcidos de la ciencia, a una velocidad y con un alcance que sorprendieron a científicos que habían pasado sus carreras acercándose lenta y meticulosamente a una solución.
El problema se conoce como “plegamiento de proteínas”. Las proteínas son moléculas grandes y complejas, formadas por cadenas de aminoácidos. Y como lo explicó Cade Metz, mi colega de The New York Times, en un artículo sobre AlphaFold, las proteínas son “los mecanismos microscópicos que dirigen el comportamiento del cuerpo humano y de todas las demás cosas vivas”.
Sin embargo, lo que puede hacer cada proteína depende en gran medida de su estructura tridimensional única. Metz agregó que, una vez que los científicos puedan “identificar las formas de las proteínas, podrán acelerar la capacidad de comprender enfermedades, crear nuevos medicamentos y por lo demás sondear los misterios de la vida en la Tierra”.
No obstante, según Science News, se han necesitado “décadas de experimentos lentos” para revelar “la estructura de más de 194.000 proteínas, todas ellas albergadas en el Banco de Datos de Proteínas”. Sin embargo, en 2022, “la base de datos AlphaFold explotó con la predicción de estructuras para más de 200 millones de proteínas”. Para un humano eso sería digno de un Premio Nobel. Tal vez dos.
Y con esto, nuestra comprensión del cuerpo humano dio un salto gigante. Como dice un artículo científico de 2021, “Unfolding AI’s Potential”, publicado por el Bipartisan Policy Center, AlphaFold es una metatecnología: “Las metatecnologías tienen la capacidad de… ayudar a encontrar patrones que ayudan a los descubrimientos en casi todas las disciplinas”.
ChatGPT es otra de esas metatecnologías.
Sin embargo, como lo descubrió Dorothy cuando de repente fue transportada a Oz, allí había una bruja buena y otra mala, ambas luchando por su alma. Lo mismo ocurrirá con ChatGPT, Google’s Bard y AlphaFold.
¿Estamos listos? No lo parece: estamos debatiendo si prohibir los libros en los albores de una tecnología que puede resumir o responder, en un segundo, preguntas sobre casi todos los libros para todo el mundo en todas partes.
Como tantas tecnologías digitales modernas basadas en software y chips, la inteligencia artificial es de “uso doble”: puede ser una herramienta o un arma.
La última vez que inventamos una tecnología tan poderosa creamos la energía nuclear: con ella se puede iluminar todo tu país o destruir todo el planeta. No obstante, el asunto con la energía nuclear es que la desarrollaron gobiernos, los cuales crearon colectivamente un sistema de controles para evitar su proliferación entre gente con malas intenciones, no de una manera perfecta, pero tampoco mala.
En contraste, hay empresas privadas que lideran la inteligencia artificial con fines de lucro. Según Craig, la pregunta que debemos hacernos es ¿cómo gobernar un país y un mundo en el que estas tecnologías de inteligencia artificial “pueden ser armas o herramientas en todos los ámbitos” y al mismo tiempo aceleran su poder cada día y están bajo el control de empresas privadas? Y hacerlo de modo tal que no tiremos las frutas frescas con las podridas.
Vamos a tener que desarrollar lo que yo llamo “coaliciones adaptativas complejas”, en las que empresas, gobiernos, emprendedores sociales, educadores, superpotencias competidoras y filósofos morales se unan para definir cómo obtener lo mejor y amortiguar lo peor de la inteligencia artificial. Ningún actor de esta coalición puede solucionar el problema por sí solo. Requiere un modelo de gobierno muy distinto de la política tradicional de izquierda y derecha. Y tendremos que hacer la transición en medio de las peores tensiones entre las grandes potencias desde el final de la Guerra Fría y las guerras culturales que estallan en casi todas las democracias.
Será mejor que lo resolvamos rápido porque, Toto, ya no estamos en Kansas.
c. 2023 The New York Times Company