Caballos y fotomultas

El presidente Andrés Manuel López Obrador pecó de generoso el martes 21 al considerar un “asunto amoroso” el escándalo que puede llevar a Donald Trump a un proceso penal.

Y es que por muy magnánimo que fuera el entonces magnate con la ahora ex actriz porno Stormy Daniels, se entiende que el pago de 130 mil dólares a posteriori no tiene nada que ver con el afecto y los recuerdos, sino con la urgencia de ahogar  un escándalo cuando el ex conductor del programa “El aprendiz” buscaba llegar a la Casa Blanca. 

La chica alega que Trump le ofreció aparecer en su emisión a cambio de disfrutar de sus encantos, en una historia que ocurrió en 2006 y revivió 10 años después, en el último tramo de la campaña por la Presidencia, cuando la señora Daniels pretendió vender su historia y la ofreció a varios medios, entre ellos el tabloide National Enquirer, cuyo editor era un gran amigo del magnate y le avisó. 

Ahí comenzó el proceso del pago, que habría hecho un abogado de Trump que luego se volvió en su contra. El ex Presidente niega todo, el romance y el pago.

Platico todo esto porque en un artículo que publicó El País me enteré que el eventual proceso penal contra Trump sería “el primero contra un mandatario en activo o retirado desde 1872, cuando el presidente Ulysses S. Grant fue arrestado por exceso de velocidad de su coche de caballos”.

Por más que busqué no hallé la historia de cómo una multa vial acabó con Grant bajo arresto: el chiste le costó al Presidente 20 dólares, una fortuna en aquel tiempo, y veo que los pagó un amigo, el senador John F. Lewis. Me enteré en cambio que estuvo en la Presidencia hasta 1877, que era de una familia de curtidores y que jugó un visible papel en la guerra en la que los norteamericanos se quedaron con la mitad de nuestro País, participando en las batallas de Molino del Rey y Chapultepec.

La sanción por ‘volar’ en su coche de caballos llamó mi atención por enterarme de ella la semana en que el gobierno de León anunció que pondrá en marcha un sistema de fotomultas para castigar a los conductores que rebasen los límites de velocidad.

Me parece una medida acertada, que era urgente y debe ampliarse a otras faltas. Desde hace mucho tiempo se observa el abandono oficial de la obligación de hacer cumplir el reglamento de Tránsito. Más allá de saber que pescan a muchos de los que van muy rápido, hablan por teléfono o a los que se pasan altos a deshoras (a mí, editor noctívago, me tocó en noviembre pasado), es irritante observar cómo los conductores desairan los rojos, se estacionan dónde mejor les parece, hacen doble y triple fila en las vueltas a la izquierda o invaden el área de peatones.

En uno de sus siempre interesantes artículos, el síndico incómodo José Arturo Sánchez Castellanos nos platicó el viernes que el incremento desconsiderado en el monto de las multas tuvo un “efecto recaudatorio depredador”, los ingresos municipales aumentaron 138% y los casos de corrupción, a más del doble.

Completamente de acuerdo. Pero como hemos visto desaparecer a los agentes de tránsito de muchos lugares en los que antes los veíamos, el uso de las cámaras puede ser una buena alternativa: nada más con los motociclistas que colonizan las líneas amarillas en el cruce de López Mateos e Hilario Medina, tendría el Municipio jugosos ingresos asegurados. Y en una de esas, se civilizan.

Una última consideración: la idea de un “efecto recaudatorio depredador” y hasta impugnaciones por “derechos humanos” llevaron al gobierno de la Ciudad de México a suavizar el sistema de fotomultas e imponer otro de puntos para las placas. Escucharemos seguramente pronto argumentos similares, habrá que seguir con atención ese debate.

El trabajo comunitario no evitó que se disparara el monto de la recaudación por multas. Foto:  Cortesía Juzgado Cívico

Adiós a los bancos

Tuve la oportunidad de encerrarme en casa durante el primer año de la pandemia. Por mi edad, por salud y por la generosidad de AM (gran parte de cuyo proceso pudimos seguir haciendo de manera virtual) mis salidas durante ese periodo fueron muy escasas.

En los primeros días, me llegó una tarjeta de crédito para reemplazar a la que había expirado. Durante el proceso para activarla, pensé que era una buena idea destruir de una vez la antigua y distraído… corté en pedacitos la nueva. 

Tardé más de un año en ir por el reemplazo: no la necesité para nada. La magia digital ha modificado muchas de nuestras costumbres y la simple activación de la tarjeta destruida me permitió seguir usándola sin problemas.

Recordé esta experiencia, que mucho tiempo no compartí por rubor, cuando el futurista australiano Brett King advirtió en la reciente Convención Bancaria que las sucursales bancarias físicas están en camino de desaparecer.

King es un ilustrado promotor de la banca digital, alabado por el presidente chino Xi Jinping, famoso por sus libros súper ventas y un programa de radio que se escucha en decenas de países.

El proceso que señala está sin duda en marcha. En Europa y Estados Unidos se difunden con frecuencia noticias sobre el tema, incluso con el problema, también universal, de las dificultades que provoca entre la población de edad avanzada o que no está familiarizada con el mundo digital.

De acuerdo con datos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, que rescato de un reporte de Forbes, al cierre del 2019 existían en el país 12 mil 849 sucursales bancarias, mientras que para diciembre del 2021 el número cayó a 1 mi 1698, una disminución de 8.9%, 1 mil 151 unidades.

Sin embargo, los banqueros consultados para el reportaje de Forbes consideran que más que desaparecer, las sucursales pasarán a enfocarse mucho menos en las transacciones y privilegiarán la asesoría a los inversionistas.

Como sea, se trata de una evolución extraordinaria, sobre todo para quienes recordamos las largas filas para hacer pagos, retirar o cobrar cheques (y llenar a mano fichas con decenas de números). 

Mientras cada vez hay menos sucursales, el número de cajeros automáticos pasó de 85 mil 500 en 2020 a casi 90 mil al final de 2022, durante la pandemia tuvieron un gran crecimiento. Foto: Agencia Reforma

¿Qué ver, qué leer?

El personaje del abogado Perry Mason ha sido uno de los más exitosos de la historia. De acuerdo con GPT-4 hay cuatro series de televisión diferentes y un total de 31 películas sobre el famoso abogado, surgido de la imaginación del escritor Erle Stanley Gardner.

Desafiar al éxito de este personaje ha sido complicado, después del rotundo éxito de la serie original, que se transmitió de 1957 a 1966 y convirtió a Raymond Burr en una estrella. La primera secuela que hicieron fracasó y hubo que acudir de nuevo a Burr para hacerla de nuevo, pero solo se transmitió en 1973 y 1974.

La nueva versión sobre las andanzas del abogado está hecha para triunfar. El papel lo hace el galés Matthew Rhys, cuya calidad está fuera de discusión, sobre todo desde que llevó uno de los roles principales en “The americans”, a mi juicio una de las mejores series que he visto.

Con una repercusión discreta en su primera temporada, siento que HBO echó la casa por la ventana para la segunda, que tardó tres años en llegar. La serie se caracteriza por su oscura ambientación, trabajada con esmero y que le da un toque muy especial.

Además, la trama de esta etapa -la acusación de asesinato contra dos chicos hispanos- nos remite a un tema que siempre ha sido interesante, el de la persecución de los paisanos en California, que hemos visto en multitud de versiones. Vale la pena seguirla.

Matthew Rhys como Perry Mason en la corte. A su lado  Della (Juliet Rylance, notable) y los dos chicos acusados.
Foto Netflix

MCMH

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