Sobre las causas de todos mis problemas: 10% es por pendejo y 90% es por metiche.

Sabiduría pura que escuché por ahí hace ya tiempo.

Ja, ja, ja… entre broma y broma, le verdad se asoma.

La era de la hipercomunicación y las redes sociales nos empujan a opinar de todo. En primer lugar, estamos atiborrados de información. Y, en segundo, las redes nos orillan a presumir.

A presumir una vida fantástica (como dijo mi amigo Luis Gómez hace poco: “Facebook vemos, broncas no sabemos”) y, por qué no, a presumir que sabemos mucho de todo.

Entonces opinamos.

Entonces es fácil que nos pidan consejos.

Entonces es bien fácil ser metiche… y llenarse de problemas.

¿Cuándo debes de involucrarte en algo?

Obvio, cuando sea algo que te compete.

Pero, OJO, tu participación debe también depender de la importancia del asunto, de su urgencia y de qué tanto sabes de la materia.

Si es importante y no sabes, busca ayuda… y, sobre todo, si es urgente. Si no es urgente, mismo consejo… pero tienes más tiempo, ¡úsalo bien! Si es importante, urgente y sabes… manos a la obra. Si no es urgente ni importante, ponlo en tu calendario.

Y así sucesivamente… no es física cuántica.

La bronca inicia cuando no es un asunto que te compete.

Claro, como cuando algún conocid@ te pide un consejo.

¿Cuándo debes darlo?

1. Primero y, por supuesto, de nuevo: cuando sepas de la materia. Nunca des un consejo sobre algo que desconoces. Es una forma fácil de equivocarse. Es la manera más fácil de crearte un problema.

2. Cuando tengas cercanía con el que te lo pide. Dar un consejo de alguna forma compromete. Por ejemplo, quizá tengas que darle seguimiento a través del tiempo.

3. Finalmente, considera el contexto. ¿Es un tema personal? ¿Tiene que ver con dinero?

¿Qué tan importante es para la persona? El contexto influye en la manera y forma en que debes dar tu opinión.

Ahora bien, supongamos que vas a dar un consejo.

¿Cómo hacerlo bien? Van 3 tips de mi experiencia:

a) Cuida qué tan determinante eres. Reserva opiniones contundentes para asuntos que sean muuuy obvios, en los que tengas enorme experiencia y con personas a las que conozcas a fondo. Porque, recuerda, no todas las decisiones son iguales para todos. Ejemplo: las decisiones de inversión dependen mucho del perfil del inversionista y sus circunstancias (edad, tamaño del patrimonio, etc.).

b) Brinda datos y marcos de referencia para que la persona que te pide consejo pueda tomar su propia decisión. Esta técnica es mi favorita por dos razones. Primera, por lo que comenté antes: una buena decisión para Fulanito no necesariamente es buena para Menganito. Y, segunda, para evitar un reclamo futuro si la decisión no sale como pensabas. Porque al final de cuenta quien tiene que vivir con las consecuencias de lo decidido no eres tú.

c) Ofrece ayuda futura. Un buen consejero no da un solo consejo, sino todos los que se requieren. Porque, OJO, en muchos asuntos tomar la decisión es apenas un primer paso. Falta la ejecución y, sobre todo, los ajustes que se requieran realizar en el tiempo. Acompaña a tu amig@ en todo el proceso.

Cierro con dos pequeñas perlas que te serán valiosas para dar consejos (o realmente para lo que sea): sé conciso y sé preciso.

Que tu consejo aclare el panorama. Que tu consejo nunca confunda o siembre más dudas.

Que tu consejo dé confianza. Que tu consejo ilustre con ejemplos. Que tu consejo resuelva y no enturbie.

Vamos, que el que te pide “ser metiche” no se arrepienta.

Así todos quedan felices y contentos.

El que pidió el consejo y también tú. Porque así no acrecentarás ese 90% de tus problemas que vienen por ser metiche.

Ah, y que no se me olvide: sé metiche en estas vacaciones.

Intervén mucho, pero para relajarte y recargar baterías.

Espero te toque descansar… a mí sí.

Feliz Semana Santa y aquí nos vemos el martes.

En pocas palabras…

“La felicidad es una virtud, no una recompensa”.

Baruch Spinoza, filósofo holandés.

 

@jorgemelendez

 

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