El enorme espectacular que el protagonista deja atrás justo cuando al fin ha reconocido su fracaso se convierte en el obvio mensaje político que ¡Que viva México! (2023), de Luis Estrada, intenta desarrollar a lo largo de tres extenuantes horas: un anuncio de las intenciones de Andrés Manuel López Obrador de reelegirse para el periodo 2024-2030 en el que a su lema “Primero los pobres” le sigue el ambiguo: “Cada vez somos más”. La gracejada, contada una y otra vez a lo largo de la película, no solo reduce la acción del Presidente a esa terca voluntad de sumar más pobres a los que ya existen para seguir aprovechándose de ellos, sino que dibuja a todo el país como sistema irreparable donde nadie podrá jamás prosperar a causa del egoísmo y la zafiedad de los ricos o de la desidia, la pereza y la ingenuidad de los pobres.

Promocionada como una mordaz continuación de El infierno (2010), que gracias acaso a su trazo grueso, a su inmediatez y a sus excesos consiguió levantarse como una de las primeras y más eficaces críticas a la guerra contra el narco de Calderón, ¡Que viva México! no encuentra la manera de posicionarse en tiempos del lopezobradorismo, generando todo el tiempo la misma confusión que provoca escuchar en ella a Damián Alcázar enarbolando -de forma satírica, suponemos- el mismo léxico de la 4T que defiende con tanto afán fuera de la pantalla. Su confusión ideológica, sin embargo, no es culpa de sus actores, que en casos como el de Joaquín Cosío se esfuerzan hasta lo indecible por encontrar el tono justo para sus personajes, sino en la tosca limitación del planteamiento: en un discurso en el que no hay lugar para la ambigüedad y donde todos los personajes son rastreros no queda demasiado margen para una sátira en verdad poderosa. Jamás se deja que el espectador saque sus propias conclusiones, sino que se le presentan de manera tan directa y elemental como los anuncios de la 4T de los que en teoría se mofa.

Estrada acaso buscaba hallar una fórmula que le permitiese denunciar un régimen que, desde su perspectiva, no ayuda a los pobres sino que los utiliza tanto como sus predecesores y al tiempo mostrar una vez más el persistente clasismo, racismo, machismo y corrupción de nuestras élites -de la mafia en el poder-, pero el resultado ha sido un lamentable retrato de esa corte de los milagros con el que no es posible sentir la menor empatía. Francisco Reyes (Alfonso Herrera), un hombre de orígenes humildes que ha conseguido avanzar socialmente y, acicateado por su frivolísima esposa (Ana de la Reguera), no piensa en otra cosa excepto en escalar, regresa al pueblo de sus padres, La Prosperidad, para tratar de hacerse con el legado de su abuelo. A partir de allí, una trama que se ha repetido desde tiempos medievales -los pícaros que intentan apoderarse de una herencia- no solo sirve para exhibir a su familia, sino para insistir en que la prosperidad es inalcanzable.

¡Que viva México! aparece en una época dominada por cierta tendencia a burlarse de las clases altas, como El triángulo de la tristeza (2022), de Ruben Östlund, cuyo afán paródico no alcanza un nivel mucho más alto que el de Estrada. Este, sin embargo, ha optado por cargar sus baterías contra los desfavorecidos, como si la mejor metáfora para definirnos fuera compararnos con las langostas de aquel viejo chiste que impiden que cualquiera de sus compañeras escape por la parte alta del balde en que están sumergidas. Más allá de las referencias a la llamada época de oro del cine mexicano o al cine popular y casposo de los ochenta, Estrada transforma a todos sus personajes en caricaturas desprovistas de la menor humanidad.

Más que incomodarse con este burdo retrato de México, quizás el presidente López Obrador debía haberlo celebrado: lejos de ser un producto diseñado para el consumo de los fifís y los conservadores, como ha dicho, lo pinta a él como el único ser inteligente en un país donde todos los demás somos o mezquinos o imbéciles.

@jvolpi

 

 

 

 

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