Eran los tiempos en que en palacio nacional dominaba el presidente Gustavo Díaz Ordaz; como una cosa rara, extraña, supuesto que no se llevaba bien con los Estados Unidos, hizo un convenio para mandar trabajadores agrícolas a Norteamérica. Estos operadores iban protegidos principalmente con salarios. A la nómina que devengaban se le reducía un porcentaje que el gobierno norteamericano después lo devolvería a los operadores mediante las autoridades de México, lo anterior fue totalmente falso porque el régimen diazordacista en una medida muy amplia se quedó con el dinero.

¿Quién disfrutó esa rapiña? Nunca se supo, pero la estrategia para abusar de los trabajadores fue muy sencilla.

A quienes iban a cobrar se les convocaba a las 2 o 3 de la mañana con tarjeta a la vista. Cuando llegaban, después de una noche de desvelos, a la caja pagadora, les decían que el tiempo se había acabado para recibir su dinero, tendrían que volver en otra convocatoria que, por supuesto, se difundiría meses más adelante

A quienes hurtaron de esta forma su salario norteamericano jamás les dieron explicación.

Las maniobras de los pagadores eran muy bien planeadas, a los trabajadores que debían cobrar en Michoacán los convocaban a Sonora, a los de Tijuana para Yucatán. Y a quienes habitaban ya Quintana Roo se les establecía para sus cobros Mexicali. Es obvio, es claro, que con esta mecánica hubo cientos de miles de operadores agrícolas que nunca llegaron a recuperar su dinero. En Guanajuato, por ese tiempo, se veían filas de personas con derechos formadas bajo la lluvia a la intemperie, esperando hacer efectivo lo que pocas veces lograban.

Otro tanto ocurría en la época de Kennedy y López Mateos en México, cuando la burocracia oficial de cada dólar ordeñaba con el 42%, el resto servía solamente para gastos generales y proyectos que nunca en ninguna parte se concretaron.

En esa rapiña que está a la vista los mexicanos no pueden decir, especialmente los gobernantes, que no se ensuciaron las manos ni la conciencia. 

Los aspirantes a trabajadores agrícolas acudían pagados por su cuenta y riesgo principalmente a la Ciudadela del  Distrito Federal, en donde aparte de todo se hacía negocio de tamales, tortas, atole, café, enchiladas, etc, que los cetemistas sabían bien la manera de comercializar. 

¿Hasta dónde fue todo esto un peregrinar en bien de los campesinos?

 

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