¿Qué tiene que pasar para que, en apenas cinco años, quienes pensaban una cosa hoy digan exactamente la contraria? ¿Qué debe ocurrir para que, en este suspiro temporal, quienes sustentaban un argumento hoy sean capaces de defender justo el inverso? ¿Qué turbulencia de la razón o de la inteligencia o de la ética puede lograr que, sin que la situación del país haya cambiado en lo absoluto, quienes antes vociferaban contra la militarización sean hoy sus más firmes defensores y quienes antes la instauraron a piedra y lodo sean los mismos que hoy claman contra ella?

¿Cómo podemos entender los ciudadanos que el presidente López Obrador y sus seguidores, quienes durante doce años se manifestaron contra la estrategia de seguridad emprendida por Calderón y secundada por Peña Nieto, sean quienes hoy se dediquen a continuarla y expandirla hasta extremos nunca imaginados? ¿Y cómo asimilar que el PAN -con la complicidad del PRI-, el partido responsable de sacar a los militares de sus cuarteles, de encomendarles tareas de seguridad pública prohibidas por la Constitución y de lanzar la fallida guerra contra el narco sean quienes estos días se presentan como defensores de las instituciones civiles?

¿Qué tiene que suceder en la mente de alguien para que sea capaz de traicionarse a sí mismo con tanta rapidez? ¿Cómo justificar una mutación tan drástica, una contradicción tan flagrante, una disonancia tan obscena? ¿Cómo asimilar que quienes secundaron dócilmente a Calderón en su irresponsable guerra hoy nos den lecciones de civilidad? ¿Cómo paladear a esos activistas y simpatizantes de izquierda que en el pasado denunciaron los peligros y las arbitrariedades cometidas por el Ejército y la Marina y ahora sean quienes cantan sus loas solo porque así lo dicta su caudillo? ¿Y cómo no sentir vergüenza al contemplar cómo el ministro Arturo Zaldívar, el mismo que sufrió las presiones de Calderón y votó contra la Ley de Seguridad Interior, se enreda hoy para justificar su espurio voto a favor de la militarización?

Unos y otros insistirán, para sentirse un poco menos mal consigo mismos o para tratar de engatusar a los electores, que las condiciones han cambiado. Lo que no ha cambiado, en ningún momento, es la prohibición constitucional de que las labores de seguridad pública estén en manos militares. Que Calderón, Peña, el PAN y el PRI hayan violentado este precepto en el pasado en ninguna medida justifica que AMLO y sus aliados lo sigan haciendo -aun con mayor saña- en el presente.

Escuece escuchar el razonamiento esgrimido por Zaldívar -sí, el mismo que introdujo valientemente los términos efecto corruptor o fraude a la Constitución-, según el cual la Secretaría de la Defensa es civil porque el presidente de la República lo es. El razonamiento es tan burdo -y tan peligroso para el orden democrático- que, de haberse impuesto, no solo habría servido para justificar el traspaso de la Guardia Nacional, sino toda la militarización emprendida por AMLO en todos los órdenes de nuestra vida pública. Igual de aviesa es la idea -repetida por todos sus corifeos- de que la decisión mayoritaria de la Corte, tomada a partir del impecable proyecto del ministro González Alcántara Carrancá, acaso la mejor propuesta de AMLO en su gobierno, permitirá que otro García Luna se haga con el control de la GN, como si alguien tan corrupto como él no pudiera llegar nunca a la Defensa.

Insisto: ¿cómo puede alguien que se dice de izquierdas sancionar que los militares tomen el control no solo de la GN, sino de puertos, aduanas, bancos, construcción de infraestructura, empresas, fideicomisos, trenes, líneas aéreas y que ahora se les intente dar incluso recursos a través de impuestos directos? ¿Qué maniobra o pirueta mental -y emocional- tiene que surgir para aprobar una maniobra autoritaria que siempre ha estado ligada con la derecha?

En nuestro mundo al revés, hemos llegado a un punto en que a los fervientes seguidores de AMLO no les importa que la 4T se haya convertido en el sueño ideal de Felipe Calderón.

@jvolpi

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