IV domingo de pascua
“Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará”, dice el Señor (Jn. 10, 1ss). El mundo de hoy nos abre muchas puertas, que en su mayoría son seductoras y atractivas. Como ejemplo, basta entrar al internet o, en general, a las redes sociales y se abren un sinfín de puertas. El problema es que no todas las puertas nos llevan a lo que puede darle un contenido saludable a nuestra vida. A veces se abren puertas que después se convierten en un serio problema; la puerta, por ejemplo, del Facebook, que, cuando no es usado adecuadamente, cuántas desgracias ha ocasionado, como separación de matrimonios, robos, acosos, relaciones con personas desconocidas que después abusan, desatención a la convivencia familiar, irresponsabilidades a las tareas propias y muchas otras. Y así podemos señalar, también, las puertas del Whatsapp, de las compras compulsivas, de las adicciones, del sexo desordenado, de la superstición, entre otras.

Advirtiendo estos riesgos propios de la vida, Jesús hoy se declara: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas… Yo soy la puerta; quien entre por mí se salvará, podrá entrar y salir y encontrará pastos” (Jn. 10, 1-10). Como es obvio, Jesús no es la puerta para todos, sino sólo para quienes busquen llegar al mejor de los puertos en su vida, que es la salvación. Es la puerta para quienes tengan el firme propósito de llevar una vida acorde a la grandeza y dignidad que encierra la verdad humana.

Los que se conforman sólo con algún aspecto de la vida o quienes creen que pueden hacer su vida solo desde lo que su corta comprensión les da, desgastarán ahí todas sus energías podrán abrir diversas puertas, pero no la que da vida plena. Por eso hay quienes hacen de su vida el Facebook, los negocios, alguna adicción o una fe a su modo. Desde una perspectiva así, las carencias estarán en la pobreza interior y en un pobre sentido de vida.

Cristo es el Buen Pastor. Es quien nos da seguridad en el camino de la vida, por eso las características tan propias de esa relación con sus ovejas: “Y cuando ha sacado a todas sus ovejas, camina delante de ellas, y ellas lo siguen, porque conocen su voz”. Va delante de ellas, por eso la imagen del buen pastor siempre es representada con un vástago en la mano, indicando que así abre el camino. El pastor va abriendo el camino entre las cañadas oscuras y por las laderas escabrosas, pero las ovejas se sienten seguras porque saben que al final siempre serán conducidas a los buenos pastos: “El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas” (Ps 22) 

El significado del Buen Pastor, ahora, recobra un significado definitivo en Cristo resucitado. Él ha vencido las oscuridades de la muerte y del pecado. Ahora camina con nosotros para darnos seguridad. Pero esta seguridad implica no sólo a Cristo que ha vencido la muerte, sino también la familiaridad que la oveja vive con su pastor. El pastor grosero, flojo, abusador o impaciente difícilmente genera confianza en las ovejas; pero igual la oveja lejana, desentendida y no familiarizada, difícilmente distinguirá la voz de Cristo de entre las muchas otras voces del mundo. Por eso dice Jesús que las ovejas lo siguen porque conocen su voz y porque hay confianza en Él.

Todos los días encontramos las voces que nos presentan las salidas fáciles: “pare de sufrir”, “si a usted le ha ido mal en los negocios, en la salud o el amor, venga que nosotros le tenemos la solución”; ¿estas propuestas son lógicas? Claro que no. Todas estas son las puertas falsas, que sacan al ser humano de su realidad, sólo para confundirlo y explotarlo. Pero nos enganchamos en ellas si no estamos familiarizados con el buen pastor.

El mundo gime de dolor, lo han atrapado los miedos, las confusiones, las equivocaciones, la maldad, los falsos caprichos; pero a la vez Cristo, Buen Pastor, está deseoso de sanarnos de esas heridas, cargarnos en sus hombros y reconducirnos a los buenos pastos. Pedro, le escribe a los creyentes, a quienes con enorme satisfacción les dice: “Por sus llagas (las de Cristo), ustedes han sido curados, porque ustedes eran como ovejas descarriadas, pero ahora han vuelto al pastor y guardián de sus vidas” (1 Pe. 2, 25). Demos a Cristo Buen Pastor, la oportunidad de sanar nuestras heridas. Él vino en busca de cada uno de nosotros y Él también se siente satisfecho cuando nos dejamos curar por sus manos amorosas.
 

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