?Esta semana se murió nuestra perrita Dalay, una Shetland collie. Hace un mes, se nos había muerto, Minche, la pomerania. Toda la familia nos llenamos de tristeza, porque eran ya parte de nosotros.
?Es muy interesante el papel que juegan nuestras mascotas dentro de nuestras casas, si les dedicamos el tiempo, el espacio y el cariño suficientes. Porque no es lo mismo tener un perro encerrado en el jardín o en una azotea, que aquellos que les permitimos estar dentro de las casas, y, como era nuestro caso, hasta dormir con nosotros.
?Nos vivieron 14 y 15 años, respectivamente… mucho para estas especies. Y me impacta pensar que es la mitad de la vida de mis hijas.
?Cuando ellas llegaron a nuestra casa, nuestras tres hijas vivían aquí, dormíamos todos bajo el mismo techo … comíamos todos juntos y nuestra vida se nos iba en correr a los entrenamientos de futbol o básquet, los permisos para las fiestas, pasar los domingos en familia. Mis papás todavía vivían, hasta recuerdo que mi padre le puso su nombre a la Minche, porque era tan chiquita que decía que era una ¡pin… perra! ¡Ja ja! ¡Qué tiempos!
En aquella época de mis hijas adolescentes, las únicas que se alegraban de que yo llegara a la casa y salían muy felices ladrando y moviendo sus colitas, eran ellas… porque mis hijas ponían la típica cara de: “Ash, ya llegó la sargento Aguado (nombre con el que me tenían en su Nextel, el ‘celular’ de esos momentos)”.
De hecho, le pusimos Dalay a la perrita, porque había salido un té relajante con ese nombre, y, como queríamos que todos en la casa estuviéramos tranquilos, sin pleitos ni enojos, así la nombramos.
Luego vinieron los tiempos de novios, de universidad, de viajes y estudios fuera, y allí siguieron ellas… acompañándonos a todos lados, alegrándose con nuestras presencias, consolándonos en las ausencias y formando parte de las bromas que se hacen en todas las familias por un motivo u otro. También nos hacían reír con sus “perronalidades” y cosas chistosas que hacían o les enseñábamos a hacer. Con el tiempo, se nos casaron dos hijas, y ellas estuvieron ahí. Al igual que jugaron con los nietos… creo que gran parte del encanto de la casa de los abuelos, eran ellas.
?¡Nos enseñaron tantas cosas a lo largo de los años! Creo que mis hijas (y nosotros) con ellas aprendieron sobre la responsabilidad, que estaba el gusto de tenerlas, pero también el “disgusto” de limpiar sus “gracias”, que a veces hay necesidad de hacer cosas, aunque no te guste, por el bien del otro; a compartir aquello que más amas; a preocuparse por algo que no fueran solo sus personitas; a gozar las cosas más simples y a reír; que también se enfermaban y había que cuidarlas… que igual y se pueden morir; a mostrar y a recibir, cariño y respeto; a saludar, a despedirse; a no abusar de nada ni de nadie. Bueno, nos enseñaron tanto, que en su momento, hasta un escrito le hice a Minche, diciendo de cómo su lealtad me enseñaba a amar más a Dios.
?“Cómo han pasado los años” es una canción que le gustaba mucho a mi suegra. Es de Rafael Ferro y Roberto Livi, la cantaba Rocío Dúrcal. Y ahora que pienso en estos pequeños seres que nos alegraron y acompañaron la vida tanto tiempo, no puedo más que agradecer sus presencias… y llorar y recordar esos bellos tiempos idos de cuando nuestras hijas eran pequeñas y sus problemas también… se queda atrás una linda época.
?Ayer, Lula, una alumna de Anspac, para consolarme de la pérdida, me dijo una frase que no había oído nunca: “Los perros viven poco, porque ya saben amar… nosotros, los humanos, necesitamos más tiempo”.
?¡Gracias por tanto, Dalay, Minche, Pachi!
P.D. Esta semana fue “la noche negra” de nuestra democracia. La triste noche en que los senadores de Morena y sus aliados pasaron por encima de todo lo legal y lo moral para seguir, literalmente, los lineamientos que les dictaron en Palacio Nacional.
LALC