Ilusos. Hipócritas. Cómplices. Ustedes son los verdaderos culpables del desastre. Ustedes tenían que haberlo visto. Ustedes debieron prevenirnos. Claro que podía saberse: nosotros se los dijimos una y otra vez y no quisieron escucharnos. Ustedes carecen de cualquier autocrítica y se resisten a expiar sus culpas. Ustedes merecen ser acallados, juzgados y escarnecidos. Enemigos de la patria. Facilitadores. Pobres idiotas.

En el contexto de por sí polarizado y tóxico que vive México -en buena medida a causa del ríspido discurso de su Presidente-, de pronto proliferan quienes, amparados en una pureza inexistente, insisten en descalificar a quienes, habiendo votado por AMLO, ahora nos sentimos decepcionados por su deriva militarista y autoritaria y criticamos abiertamente sus contradicciones. El argumento de estos súbitos defensores de la democracia es que todos los ciudadanos que elegimos a López Obrador en 2018 -una amplia mayoría del padrón- somos responsables de sus traiciones y mentiras, como si la base de la democracia liberal no fuera justo la capacidad de premiar o castigar en las urnas a un partido o un representante popular que incumple sus promesas o que se revela ineficiente, mendaz o corrupto.

No deja de asombrar cómo una parte de los acérrimos rivales de López Obrador es su calca: igual que él, se empeñan en dividir a México en bandos contrarios, amigos y enemigos irreconciliables; creen que solo ellos tienen la razón -y vociferan que siempre la tuvieron-; señalan con su dedo flamígero a quienes no piensan como ellos y los insultan con la misma rabia que el Presidente les espeta cada mañana a sus adversarios. Si para AMLO cualquier crítico es conservador o neoliberal, para estos auténticos conservadores y neoliberales, quienes votaron por él tienen que ser por fuerza deshonestos o imbéciles: maximalismos equivalentes.

La verdadera deshonestidad intelectual radica en enarbolar la fantasía de que el México de 2018 era una suerte de paraíso democrático -o al menos una incipiente democracia- hasta que la perversidad de AMLO llegó a destruirlo todo. No: el México del 2018 acababa de padecer algunos de los peores gobiernos de su historia. El México de 2018 era un país en ruinas. El México de 2018 era, como hoy, un cementerio. El México de 2018 había sido ya un botín de sus políticos. Con su irresponsable guerra contra el narco, Calderón ya había destrozado su precario equilibrio social y había desatado la militarización y la sistemática violación a los derechos humanos que hoy tanto deploramos. Con su venalidad y su frivolidad, Peña Nieto y su grupo ya habían saqueado al Estado de manera sistemática con prácticas como la Estafa Maestra.

La continuidad del PRI o el PAN en el gobierno significaba, entonces, avalar aquel desastre. Frente a ello, millones de mexicanos optaron por darle el beneficio de la duda -es lo que suelen hacen los electores en todas partes- a la única alternativa real a esos modelos ya probados: alguien que entonces prometía devolver a los militares a sus cuarteles y acabar con la rampante corrupción de nuestra clase política. Dígase lo que se diga con el sesgo del presente, el análisis que AMLO proponía de México en 2018 sigue siendo válido: sin duda aquella mafia en el poder solo había defendido sus propios intereses sin importarle que el país se derrumbase en el abismo.

A cinco años de distancia, es cierto que la 4T apenas ha hecho otra cosa que ocupar ese lugar y repetir las mismas prácticas de esa mafia. Alguno de sus militantes más cínicos lo ha reconocido: “Ahora nos toca a nosotros”. ¿Podía saberse? A posteriori es fácil proclamarlo, pero en 2018 nadie imaginaba que AMLO iba a terminar pareciéndose tanto a Felipe Calderón. De modo que quienes hoy tanto disfrutan con su orondo “se los dijimos” o con linchar a la mitad del país son los auténticos facilitadores de la catástrofe ininterrumpida que hemos vivido desde el 2000. Son ellos quienes, con la misma suficiencia de López Obrador, crearon las condiciones para su amplia victoria y quienes, imitándolo a diario, hoy aseguran su continuidad.

@jvolpi

 

 

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *