Dicen que el mundo no está bien, no por la actividad de los malos, sino por la pasividad de los buenos. Lo que sí, podría afirmar, es que no explota, por la generosidad de cantidad de empresas, familias y seres humanos generosos, que dan su vida en favor de los demás. No hay gente completamente buena ni completamente mala. Somos hechos todos de barro y la diferencia es la genética, sí, pero más potente, las circunstancias que nos rodearon en la vida.
Por eso, una genética mala, “malas entrañas” decían los abuelos, se puede transformar en entornos sanos, positivos, constructivos. En eso tienen razón el Presidente AMLO al afirmar que aún los delincuentes y narcotraficantes, “también son seres humanos”. Sí, pero es más poderosa la realidad de que si los seres humanos no conocemos los límites, las reglas básicas de convivencia, entramos a la vorágine del desamor, de esos demonios que nos devoran para robar, para delinquir, para matar. 
Por eso, nuestro querido México camina hacia el desorden si no se respetan los límites. En la formación de los jóvenes siempre logramos su reinserción, su rehabilitación, su proyecto de vida, en la medida en que definimos límites y lanzamos al futuro con seguridad. Mucho de la formación de los malosos, se dio en un entorno donde el abandono, la violencia y la falta de amor, crearon las condiciones para delinquir y obtener el dinero fácil. 
Es posible, claro que lo es, la formación de jóvenes en vulnerabilidad, en combinación con una sociedad participativa que colabora y reacciona frente a proyectos buenos. Sí, la gente buena, siempre apoya proyectos buenos. Leyes más justas y parejas para todos, trae porvenir, junto con el trabajo honrado y una educación que permite emprender proyectos de futuro. Por eso, frente a los hechos más reprobables, como el asesinato, el robo, el narcotráfico, siempre está la posibilidad de que gente buena, pueda dar su vida y cambiar esas historias. 
Por eso, agradezco a tanta gente buena, solidaria, lo mismo de gobierno, como Ale Gutiérrez, Mario Arrona, que nos ayudaron en esos ratos en que, con el robo violento de Ciudad del Niño Don Bosco, no sabíamos qué hacer y nos acompañaron para hacernos sentir que no estamos solos. O los bienhechores que llamaron para solidarizarse y enviar alimentos. Todo así, porque la historia de una obra así, de 63 años y los veinte mil menores que han cruzado sus puertas, es que nunca nos daremos por vencidos, porque no estamos solos; nos empujan cientos, miles de gentes buenas que no nos doblan. 
La historia de la humanidad y de este tipo de obras, es siempre así: aumentar la tasa de bateo en la salvación de historias. La misma que imaginó Juan Bosco, el huérfano italiano que prometió dar su vida por la niñez y la juventud vulnerable. Son fuertes los malos, son muchos están y se sienten protegidos por ofrecerles “abrazos y no balazos”, pero somos mucho más la gente buena que construye porvenir entre todos los jóvenes que quieren cambiar su vida, ya salir de las drogas, ya escapar de la violencia, ya huir de la desesperanza. 
Por eso, cuando la gente buena, trabaja, llama, nos renovamos de promesas y confiamos en que todos estos menores siempre tendrán lo suficiente para cambiar sus vidas, que no están solos. De verdad, gracias por no solo por su solidaridad este sábado del robo violento, sino porque siempre que hay alguna necesidad, la gente buena de León, se ofrece a ayudar. Hay miles, decenas, cientos de miles de gente buena en León que trabaja desde temprano para buscar el sustento; son los que aspiran a estudios que les abran perspectivas, los que saben que solo el trabajo honrado “todo lo vence”. 
Por la mañana, maldecí a esos cientos de gente que roba, que narcomenudea, que asesina a inocentes; pero recordé que siempre, bendecir y sumar a gente buena, a la que es la completa mayoría, siempre es la mejor solución. Hoy, les agradezco que nos estén empujando a seguir construyendo un mundo mejor.
 

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