El presidente de México ha decidido cuestionar distintos aspectos de la vida pública en Estados Unidos. En su intensidad y frecuencia, es una decisión mayormente inédita. López obrador no ha dejado títere con cabeza. Ha criticado el consumo de drogas, la salud mental y hasta las prácticas de paternidad de la sociedad estadounidense. Ha hecho lo mismo con varias políticas del gobierno, desde el apoyo a organizaciones no gubernamentales en México, los reportes del Departamento de Estado en cuanto a violencia y derechos humanos, o los métodos de la DEA en el combate a las organizaciones criminales.
Más allá de los méritos de cada una de estas críticas, el presidente haría bien en preguntarse en cuál de esos ámbitos puede realmente hacer una diferencia lo que diga y haga el gobierno mexicano.
Y aquí vale la pena, quizá, un consejo para Andrés Manuel López Obrador.
El presidente de México tiene un considerable capital político dentro del país y no poco dentro de Estados Unidos con la población de origen mexicano. Convertirse en el crítico universal de todo lo estadounidense no es una apuesta productiva, aún menos si la narrativa se enmarca en un antagonismo abierto. La paranoia no es buena consejera, por ejemplo. No es verdad que Estados Unidos tenga una verdadera voluntad intervencionista, ni mucho menos que los políticos o la sociedad en Estados Unidos vean a México como un enemigo. Tampoco es verdad que todo lo que ocurre en función de México en tierra estadounidense se relacione con la vida electoral. Esa ha sido la explicación que ha dado López obrador desde el primer día y hasta hoy. Todo tiene que ver, según él, con la batalla electoral en Estados Unidos.
Esto simplemente no es verdad.
Hay preocupaciones reales que trascienden cualquier narrativa hacia las urnas.
Habiendo dicho esto, hay un área específica en la que el presidente de México podría concentrar su crítica, y afinarla: la violencia delirante que generan las armas estadounidenses en México y dentro de Estados Unidos.
Aunque la agenda bilateral contiene un universo de asuntos, muy pocos son tan cruciales, ni tienen una solución tan evidente, como el daño que hacen las armas. Eso lo intuyó correctamente y a tiempo el canciller Marcelo Ebrard, que ha tocado el tema varias veces, incluso haciendo historia con una demanda contra los fabricantes de armas. Estados Unidos atraviesa por una crisis de enormes proporciones provocada, sin ninguna duda, por el acceso cada vez más libre a armas de fuego hechas para la guerra. Los periodistas que trabajamos en Estados Unidos comenzamos cada semana esperando la masacre que vendrá. La única pregunta es cuándo. Se ha vuelto una tragedia recurrente.
Las armas estadounidenses también han hundido a México en el terror desde hace muchos años, específicamente desde que venciera la prohibición de rifles semiautomáticos, protagonistas de las masacres en Estados Unidos y origen del poder militar de los carteles en México.
En este tema, la voz del presidente de México puede hacer una diferencia. Si Andrés Manuel López, obrador explicara con sensibilidad y contundencia -incluso con enojo, porque en este caso está justificado- el calibre de la tragedia que causan las armas, sus palabras tal vez podrían incidir en un debate que, en Estados Unidos, está paralizado entre la impotencia de los demócratas y la obstinación irracional de los republicanos.
Imagino lo poderoso, que sería un discurso del presidente de México que se dirigiera directamente a esa sociedad estadounidense a la que le gusta tanto referirse: “Esto es lo que han hecho en mi país y en el suyo, las armas que ustedes venden libremente”. Una postura firme, valiente y elocuente, le ganaría, no tengo ninguna duda, un lugar en el lado correcto de la historia a López Obrador.
Todos sabemos que pocas cosas anhela como eso.
En Estados Unidos está muriendo demasiada gente.
En México está muriendo demasiada gente.
Presidente, le ofrezco un humilde consejo: anímese a entrarle de lleno a ese debate.
Ahí sí puede hacer la diferencia.
@LeonardoKrauze