Por: Alma Delia Murillo
Cuando mi madre era joven y se veía en peligro, tiraba un discurso profético que a mí, siendo niña, me tranquilizaba. Una vez un ladrón desistió de asaltar a mi madre y a una de mis hermanas –cuchillo en mano– porque mi madre le vaticinó que el daño que les causaría iba a recaer sobre él y su descendencia por generaciones. Confieso que todavía hoy, cuando le cuento que estoy asustada, su inmediata salmodia profetizadora sobre cómo aquello que me amenaza será derribado, me tranquiliza.
Será por eso que cuando visité por primera vez el Museo de Antropología y vi la piedra azteca, mientras la maestra de Historia explicaba que, según ese sistema de creencias, estamos viviendo el quinto sol que terminaría con un gran terremoto, yo pensé que las profecías había que tomárselas en serio. Con el tiempo aprendí la maravilla de la polisemia y a leer e interpretar aquellos símbolos desde otro lugar, pero un pedacito de mí, aferrado al pensamiento mágico, todavía no se deja domesticar. Por eso escribo, supongo, no se puede ser fabuladora sin creer, al menos un poco, en lo inexplicable.
Quienes escribimos vamos por el mundo cazando la fábula, la intriga latente en lo que nos rodea. Por eso tejemos una trama aunque los hilos estén sueltos. Para eso aprendimos a textear –y a tejer– en el bordado oral que las mujeres han hecho desde el principio de los tiempos. Allá y entonces, cuando los hombres escribían y nosotras sólo podíamos hacer el relato hablado porque escribir estaba prohibido, nos fuimos contando el mundo. Y narrar desde la oralidad es improvisar, inventar detalles nuevos, sorprenderse de los recovecos de la memoria, medir el pulso de quienes te escuchan, si hacen silencio o sonríen, si con sus emociones acompañan el arco narrativo.
Así, escribiendo con esa intensa alegría de descubridora, como le llama Knausgard a esta mirada que echamos sobre el mundo para narrarlo, me he descubierto desde que empezó este mes de mayo. Como cuenta Rosa Montero, que su imaginación febril la atrapa mientras espera en la fila del banco y le pone cara de conspiradora a la señora que está delante de ella y le construye un sorprendente pasado al cajero de la ventanilla o visualiza que tropieza y despierta sin saber quién es pero con un don sobrehumano… en fin, eso que se hace patente en ese material del que habla en La loca de la casa o El peligro de estar cuerda y que revolotea en las neuronas de quienes escribimos mundos alternos.
Así, atravesando este mes de mayo, me ha dado por imaginar que un día, cuando se haga el recuento de la trama que a muchas de nosotras nos convoca, tal vez resulte que empezó justo ahora la creación de un nuevo ethos mexicano, de un nuevo sol que allá en un futuro impensado resulte ser el origen de una neomexicanidad nacida de la suma de voluntades latiendo en las venas de millones de mujeres que queremos derribar este sistema para crear uno nuevo.
Alrededor del 10 de mayo, que hasta hace un par de décadas admitía exclusivamente el festival adoratorio de una tirana perfección exigida a las madres; hoy, en 2023, se ha teñido distinto y ocurrieron un par de eventos, de hitos que con el paso del tiempo… quién sabe.
La cantante Sasha Sokol logró que se condenara a Luis de Llano por la relación asimétrica y abusiva que él estableció con ella cuando apenas tenía 14 años mientras el hombre ya sumaba 39.
Sólo un día después, Carmen Sánchez consiguió la sentencia de 46 años de prisión para el agresor (su ex pareja) que trató de asesinarla con ácido, es la primera sentencia de esa naturaleza en México y en América Latina.
Yo nunca había visto un 10 de mayo tan nutrido de cuestionamientos, donde se hablara tanto de maternidades y cada vez menos de la totémica figura de “la madre”, parecerá menor pero creo que el alcance de esta transición de pensamiento es absolutamente determinante para lo que vendrá. Un país como México empieza a transformar su discurso de la santa madrecita en otra cosa, si esto no es una señal, yo no sé.
Y tiembla. Los microsismos sacuden la tierra. Y yo, que ya admití que no estoy cuerda y que vivo para elucubrar historias, imagino que quizá aquí empieza el cumplimiento de la profecía de un derrumbe simbólico y que tal vez, sólo tal vez, el sexto sol será para nosotras.