Arturo Sarukhán*

Desde hace meses se advertía que Joe Biden había tomado la decisión -renegando de su promesa en la primaria de 2020 de que solo serviría un período presidencial si ganaba- de buscar la reelección. Quizá motivado por el hecho de que en este momento no parece haber figuras que claramente podrían ser competitivas y aglutinar a los distintos grupos al interior del Partido Demócrata y reconstituir -con Trump perfilándose como el potencial candidato republicano- la alianza centrista al interior del partido que le dio la victoria en 2020, el presidente hizo oficial esa decisión la semana pasada. Esa cruda realidad y la posibilidad de que la contienda de 2024 se dirima en torno a valores sociales hacen del fortalecimiento del centrismo en el Partido Demócrata una importante carta frente al GOP. Y es que éste se ha vuelto enormemente dependiente de un tipo de circunscripción electoral: distritos con más blancos y menos graduados universitarios blancos que el promedio nacional. Ese partido gobierna en 142 de esos distritos (lo que representa casi dos terceras partes del total bajo su control en la Cámara de Representantes), en comparación con solo 21 de los demócratas. El GOP ha pasado de la narrativa a favor de un gobierno pequeño que impulsó el partido a partir de la era Reagan hacia el enfoque incesante de guerra cultural cilindrado por Trump y DeSantis. Es más, con la calificación del electorado estadounidense, muchos sondeos sugieren que de contender Biden y Trump en 2024 por la presidencia, el resultado podría ser muy similar al de 2020. Además, los estados que determinarán al ganador en 2024 serán los mismos cinco que lo hicieron entonces y que Biden arrebató a Trump en el Colegio Electoral.

Pero Biden también se encuentra en una posición precaria. Solo tres presidentes de posguerra, Carter, Reagan y Trump estaban en un peor lugar en las encuestas en este momento de sus campañas de reelección; dos no se reeligieron. Pero el problema que hace que muchos Demócratas estén ansiosos por la decisión de Biden es si su edad será un lastre. En una encuesta del Washington Post publicada el domingo, seis de cada 10 estadounidenses adultos dicen que Biden no tiene la agudeza mental o aguante físico para servir otro período. Y en esta ocasión, 2024 no será una campaña virtual desde el sótano de su casa en Delaware, como en 2020, cuando la pandemia volteó de cabeza la dinámica de una campaña presidencial. Si Trump no sobrevive a sus múltiples problemas legales, otro contendiente republicano como DeSantis, visto por muchos conservadores como un Trump sin bagaje y drama, podría representar un reto electoral serio. Existe además el espectro de una recesión económica camino a la elección, una eventualidad que reventaría las aspiraciones de reelección de cualquier presidente.

Sin duda hay una brecha entre opiniones sobre la edad de Biden y sus eventuales perspectivas en la contienda de 2024. Ciertamente, hay razones para pensar que está preparado para las funciones sustantivas y de desempeño de su cargo, y su récord de logros legislativos, liderazgo internacional frente a la agresión rusa y resultados en las elecciones de medio término son señales indudables de su eficacia. Su discurso anual ante el Congreso en febrero mostró la mejor cara del presidente, lúcido, enérgico, enchufado e intercambiando voleas verbales con los republicanos cuando lo increparon. Pero la razón más importante se resume en un dicho que él a menudo cita: “No me compares con el Todopoderoso; compárame con la alternativa”. Y si como todo parece indicar, Trump es su rival, Biden, en el actual contexto político del país, sigue siendo la mejor esperanza de los demócratas y de la democracia estadounidense.

 

* Consultor internacional; diplomático de carrera durante 23 años y embajador de México

 

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