A principios del 2020, el nombre de Avelina Lésper se convirtió en tendencia por un accidente en el que derrumbó una pieza de arte contemporáneo expuesta en Zona Maco.

Pero lo que se volvió verdaderamente viral (siendo honestos, nadie recuerda el nombre de la obra accidentada), fue el aplomo con que la crítica de arte expresó su nulo arrepentimiento ante el incidente.

Al contrario, Lésper aprovechó el foco mediático para mantenerse firme en la tesis que siempre ha expuesto: que el arte contemporáneo no merece llamarse arte, pues en estas obras no existe creación ni criterio.

Estas declaraciones se volvieron tan controversiales como su libro “El fraude del arte contemporáneo” donde las reafirma y sustenta, mismo que presentó ayer en la Fenal.

Confieso que me sentía algo intimidada ante la posibilidad de charlar con Avelina o de hacer una pregunta siquiera, pero el escuchar la claridad y contundencia de su discurso, me hizo preguntarme dónde se genera en realidad la controversia de este personaje.

Avelina refiere que su crítica nace de un enorme grado de insatisfacción ante lo que presenciaba y que se agudiza más a medida que la creación del objeto artístico disminuye mientras sus precios aumentan.

A mí me parece que esta controversia (que se ha manejado con una connotación negativa) inicia desde el momento en el que tenemos a una mujer sumamente inteligente y segura de su conocimiento, atreviéndose a criticar a un ámbito muy selecto en el que además se manejan enormes cantidades de dinero.

Claro que una figura así impone, pero escucharla hablar es recibir una auténtica cátedra sobre historia del arte, pero sobre todo un discurso que aboga por el disfrute del mismo como un derecho humano que se está perdiendo ante un pretexto de arte efímero que necesita ser explicado para poder adquirir un significado.

Agradezco haber tenido el privilegio de escuchar de viva voz la tenacidad de Lésper y me quedo con el recordatorio puntual que hizo acerca de confiar en nuestros sentidos, pues según la también escritora, nacemos con una inclinación natural a la belleza.

 

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