Por: Carlos Elizondo Mayer-Serra
La del 2024 no será una elección cualquiera. Estará en juego la división de poderes. AMLO ha sido claro: buscará una mayoría calificada para su coalición en el Poder Legislativo. El objetivo es eliminar de la Constitución todo aquello que acote al poder presidencial. No será fácil que alcancen los votos necesarios para ello, pero si Morena gana con amplitud, luego intentará presionar a legisladores de otros partidos para que se sumen a su coalición. Así lo hicieron en el 2018.
El más reciente enojo de AMLO con la Suprema Corte se debe a que ésta invalidó la primera parte del llamado Plan B. La Corte no entró al fondo de si la ley violaba la Constitución. Se quedó en la parte formal porque Morena y sus aliados fueron incapaces de respetar las reglas de operación del Congreso. En palabras del ministro González Alcántara, “por sí sola, la regla de la mayoría resulta insuficiente para legitimar este proceso legislativo que prescinde de los trámites elementales que garantizan la toma de decisiones en una forma deliberada y [que] permite generar consensos razonados”.
Países como Chile resuelven el dilema de cambiar de fondo su Constitución con comicios especiales para elegir a los responsables de hacerlo. Tras un año de deliberaciones, el pasado 4 de septiembre, el 62 por ciento de los votantes rechazó la Constitución propuesta por el órgano constituyente. Al electorado le pareció la propuesta demasiado de izquierda.
El domingo pasado eligieron a quienes deberán redactar la nueva Carta Magna. El triunfo de la derecha y la extrema derecha fue contundente: 33 de los 50 escaños. El partido de izquierda del presidente Gabriel Boric no tiene suficientes votos para vetar los acuerdos de esa mayoría.
Así lo quiso el sabio pueblo. De acuerdo con la nota “Ultraderecha y derecha chilena arrasan en la elección de consejeros” de La Jornada, la elección se “convirtió también en un juicio a la marcha de gobierno del presidente Gabriel Boric, agobiado por una crisis de seguridad pública, el ingreso ilegal de migrantes y por una situación económica que es percibida como mala por la alta inflación (13 por ciento en 2022) y el bajo desempeño de la economía”. El elector se volcó no solo a la derecha, sino a la más radical.
En Chile el voto es obligatorio, por lo que la tasa de participación suele ser alta: cerca del 80 por ciento del padrón electoral en este último ejercicio. El reto para nosotros en el 2024 es lograr un porcentaje similar. Que el objetivo propuesto por AMLO no lo decida una minoría del padrón electoral, sino que la ciudadanía salga a votar como nunca antes.
AMLO ya prometió hacer de la elección del 2024 un plebiscito constitucional. Mientras tanto, el Presidente debe respetar la Constitución que protestó guardar y hacer guardar.
Esperemos la voluntad popular para decidir cuál es el futuro de México, aunque hay un problema de fondo: la tensión entre el voto de la mayoría y los derechos individuales. ¿Si la derecha chilena usara su amplia mayoría para hacer obligatoria la religión católica se podría seguir hablando de una democracia? La respuesta es no. Una democracia liberal supone reglas que protegen a las minorías, ya sean sexuales, religiosas, étnicas y hasta políticas. Tener la mayoría no implica poder hacer cualquier cosa. No hay democracia verdadera sin separación de poderes.
Los malos resultados de este gobierno se disimulan por el gran talento narrativo de AMLO. Discutimos su agenda, no los verdaderos problemas del país, como tantos muertos y desaparecidos cada día. Bastaría la inseguridad carretera en tramos tan transitados como la México-Cuernavaca, donde el fin de semana pasado varios automovilistas fueron asaltados mientras estaban varados por un bloqueo de ejidatarios, hecho que no mereció ni una mención en la mañanera, para hacer de la seguridad un tema central en el debate público. Hablamos de otra cosa porque AMLO así nos ha adiestrado.
@carloselizondom