Como muchos, leí en la prepa en una clase con un letrado jesuita, la novela del gran “Gabo”, Gabriel García Márquez, publicada en 1975 y ambientada a orillas del Atlántico: “El otoño del patriarca” y que nos relata la vida de un dictador que muere viejo, llegando a conservar el poder durante décadas. Pinochet el odiado dictador chileno era para mí, el evocado por la lectura por representar entonces a nuestro verdugo. A través de sus recuerdos, el lector sabe que el dictador es hijo de una mujer del pueblo a la orilla del cauce sureño, y que su primera infancia transcurrió en la miseria, llegando a ser dictador, después de muchas contiendas buscando siempre acumular poder.
Por eso, la novela me recuerda que nada ni nadie es eterno y que, por fin, se acaban los tiempos de AMLO, el Patriarca. Ya no el otoño, sino el invierno del autócrata. Sí, las lecturas del boom latinoamericano nos inspiraban a muchos jóvenes a través de personajes e historias, a que tendríamos que llegar a la Patria Grande, a la que soñó Bolívar, a los tiempos de la democracia cuando sufríamos dictaduras militares y poderes autocráticos. La izquierda construía peldaño a peldaño, espacios para expresar el sueño de las mayorías, cuando el poder militar dominaba el tiempo.
Hoy, recuerdo la formación del autócrata personaje de la novela de Gabo. Toda la vida del dictador es una continua zozobra para conservar el poder, labor a la que se entrega sin contemplaciones, pues “el único error que no puede cometer ni una sola vez en toda su vida un hombre investido de autoridad y mando es impartir una orden que no esté seguro de que será cumplida” escribe García Márquez. Parece que el novelista contara que la formación del dictador se da en el gusto por la autocracia y la eliminación de sus adversarios, en callar en su círculo de poder a todos; en manotear en expresiones, en alzar la voz, en escupir insultos, descalificaciones y amenazas.
Anhelo que se acaben “las mañaneras”, ese ejercicio de odios y división. Sueño con escuchar el año próximo a un Presidente que me haga olvidar la novela de este sexenio y que escribamos una historia colectiva de reconciliación, donde sepamos que los pobres son la prioridad, pero no a costa de la muerte de los demás. Que anime a los jóvenes a ser aspiracionistas construyendo un porvenir fruto del sudor de su frente; que una a este País que tiene en todos sus indicadores la desgracia de la derrota. Que no mienta a diario con cifras y que aprenda a reconocer errores. Que no base su poder en abrazos al crimen y la entronización del poder militar.
Por eso, hoy celebro que nuestro País tenga instituciones y equilibrio de poderes. La Suprema Corte de Justicia cuida la Constitución de los intentos autócratas de que el Presidente AMLO oculte la información de obras públicas con un Decreto para evitarlo. Celebro que el INE siga siendo autónomo, pues solo con contrapesos y respeto a la ley es como puede este maltrecho País avanzar hacia un mejor futuro. Tenemos un enorme potencial e historia. Nuestro bono poblacional es potente. Aún con la inminente victoria de MORENA en el 2024, supongo que su candidato victorioso entenderá que solo podrá gobernar con acuerdos que beneficien a las mayorías. El discurso tendrá que ser otro. La plataforma que privilegie a los pobres, la misma, pero con otra narrativa.
Dejaremos de escuchar pronto, el guión, las palabras, los sarcasmos, los insultos que escupe AMLO, pues no es eterno. El generador de promesas que no supo ser Presidente para todos, se irá, pues, al final, al igual que el personaje de Gabo, quedará “más solo que nunca”. El dictador del guión de García Márquez, morirá de muerte natural y lo encontrarán medio comido por los gusanos, pues el escritor colombiano intenta transmitir a sus lectores la soledad que embarga al protagonista y por su ansia de poder sin límites en sus apegos por recibir el aplauso de sus allegados y del pueblo pobre que le venera por darle pan en las manos. Ese es el verdadero otoño del patriarca.