Gente querida víctima de esta columna de más de 25 años y solidarios siempre de las causas buenas: hago un reconocimiento público por todos los medios a mi alcance, a quienes han dado su vida para que los orfanatos, orfelinatos, casas hogar, residencias temporales (o cuanto canijo nombre quiera inventar la burocracia), pero que son los únicos espacios que, por décadas, siglos, han cobijado a la niñez desprotegida. Mi reconocimiento a la ciudadanía que ayuda a estos proyectos y a los miembros de sus patronatos, que les sostienen.
Digo que este reconocimiento a religiosas, sacerdotes, laicos, voluntarios, profesionistas que laboran allí y que, por vocación sincera, colaboran para que sean los orfanatos, un espacio digno para que, en México, vivan más de 40,000 huérfanos (o cualquier otro nombre que la ley quiera poner ahora a los menores que carecen de redes parentales y están finalmente, a merced del futuro). Insisto que el gobierno debería reconocer esta labor, que suple lo que es una obligación gubernamental. Imposible que la burocracia pudiera sostener estas obras y dar aliento a los más de 800 menores que viven en Guanajuato en estos espacios.
Sí, son más de 800 y hemos tenido muchos más, aunque la autoridad insista en tener “otros datos”. Los políticos siempre quieren mostrar lo que les conviene. Los orfanatos desde hace siglos hacen por amor, lo que el gobierno omite. Sí, en León y en toda la región, invierten con los donativos de gente y empresas buenas, de 5 a 7 mil pesos por mes por cada menor, cuando el gobierno estatal aporta simbólicamente solo mil. Es decir, la verdadera responsabilidad, lo grueso de rifar la vida en bien de los menores, lo hace la sociedad, no el gobierno.
Tengo más de 40 años en proyectos en estos proyectos. Me ligué a Ciudad del Niño Don Bosco desde 1982 y a la Fundación Pro Niño Leonés AC desde el 2000. Vaya que si conozco historias de vida de cientos de menores. Si el libro que estoy por terminar, documenta las más cruentes de cómo el sistema de adopciones en nuestro querido País, tiene desde el 2017 con la nueva Ley General de NNA niñas, niños y adolescentes, una falsa cara de protegerles cuando en realidad, les conculca sus derechos al hacer imposible la adopción, el acogimiento y la formación de redes de apoyo y audita como si fueran entes de delito, a los orfanatos.
Opino que tienen derecho a hablar sobre estos temas, quienes por décadas han dado la vida por los menores. Deberían opinar, los menores que han vivido las injusticias de quienes escrupulosamente siguen la ley, sin pizcas de amor y caridad al prójimo y toman decisiones para terminar fregando la vida de los menores para hacer imposible el que sean adoptados alguna vez. Tendríamos que pedir que quienes trabajen en los DIF y en las Procuradurías de defensa de los menores, hayan sido voluntarios en asociaciones civiles y se hayan rifado la vida atendiendo a menores institucionalizados o que hayan sido padres y madres adoptivos para vivir el calvario real de los trámites gubernamentales.
Hoy dedico estas letras de mi tercera edad, para bendecir a cientos de personas que han laborado y lo hacen todavía, en cantidad de casas hogar y que no reciben el agradecimiento de la sociedad o del gobierno, para animarles a que no desfallezcan en su propósito. Sin apoyos gubernamentales, sino solo con supervisiones y auditorías, sobreviven las asociaciones civiles para que los huérfanos tengan sustento y techo y educación y amor. Siempre poniendo primero a los menores y después a las canijas leyes, es como por siglos en México se han rescatado a millones de menores en los orfanatos. Es así, como -solo en Ciudad del Niño Don Bosco-, hemos documentado la vida de 20,000 menores que aquí se han formado. Por eso, estoy necesitado de agradecer a tantas personas que dan su vida por los menores; no a quienes reciben un sueldo en el gobierno para hacer esa función, muchas veces sin tener antecedentes de vida con los menores huérfanos. Lo más humano que debemos tener en el latido, es la gratitud y eso pido reconocimiento, para los orfanatos que operan en México, porque éstos son los que, en realidad, salvan las vidas de los menores.