En cinco años no parecen haber aprendido nada o casi nada. Es como si el abrumador triunfo de López Obrador en 2018 se les figurara un accidente, una mala tarde, un infortunio irrepetible en el que ellos nada tuvieron que ver, inocentes espectadores de una plaga que cualquiera habría podido vaticinar. A fin de justificar su estrepitosa derrota -y las cifras que continúan concediéndole una popularidad muy alta a su Gran Enemigo-, han desarrollado una poderosa amnesia selectiva: frente a la larga cadena de yerros y pésimas decisiones del Presidente, olvidan que fueron justo los suyos, sus infinitos errores y sus oprobiosas políticas públicas, sumados a su corrupción y su indiferencia hacia los desfavorecidos, los que provocaron el hartazgo de la mayor parte de los ciudadanos y su drástica expulsión del poder.
Tan obsesionados con AMLO como él mismo, en estos cinco años no han sido capaces de reconocer su responsabilidad en la debacle, de asumir su culpa en la guerra contra el narco y la brutal ola de violencia que nos asola desde entonces, de arrepentirse por haber saqueado las arcas nacionales como si se tratara de una finca personal, de habernos concedido un Estado de derecho inexistente, una impunidad generalizada y una desigualdad rampante. Escudados en el daño que Morena le hace a México -un eslogan que apenas han modificado desde 2006-, intentan presentarse como republicanos y demócratas, como diques de contención frente al autoritarismo de la 4T, como los salvadores de la patria, cuando fueron ellos quienes la hundieron.
En nuestra época la memoria suele ser tan corta -tan efímera como la fama o la desgracia en las redes sociales-, que piensan que las calamidades provocadas por AMLO justifican todas las que ellos generaron antes y, por tanto, que los votantes estamos obligados a volcarnos hacia ellos solo porque representan el dique de contención frente a un mal mayor. La oposición -hay que reconocer que el nombre los define: nada los une excepto su vocación anti-AMLO- ha sido incapaz de hacer otra cosa que, eso, oponerse: solo que esta actitud, sin duda necesaria, no basta para lavarles la cara, para volverlos heroicos o admirables de la noche a la mañana, ni siquiera confiables. Cuando estuvieron en la cumbre, o bien destazaron al país -con Calderón-, o bien se dedicaron a saquearlo -con Peña Nieto-: ¿por qué habríamos entonces de darles el beneficio de la duda ahora que, para colmo, van unidos?
Si López Obrador los fustiga cada mañana como conservadores, en realidad son reaccionarios: todo lo que hacen, incluido el método para seleccionar a su candidato para 2024, responde a una acción original de su némesis. Son tantos y tan variopintos sus integrantes, que no consiguen esbozar una sola idea propia. Espantosa precampaña la que nos ha tocado a los mexicanos en 2023: mientras las corcholatas de Morena no hacen otra cosa que batirse para demostrar quién es más leal a su jefe, a quien no se cansan de venerar, del otro lado la única baza es quién resulta más anti-AMLO. Una postrera -y lamentable- victoria del Presidente es que nada importe nada fuera de su persona: México y sus infinitos problemas no les interesan ni a los unos ni a los otros.
Si ya causaba pena ajena observar a los precandidatos de Morena esforzándose por ser más AMLO que AMLO, apenas decepciona, en quien no puede decepcionar más, el torvo juego del PAN y PRI -el PRD son solo unas siglas- para escoger al suyo. Prometieron abrirse a los ciudadanos y por supuesto los engañaron. Sus dirigentes nacionales -acaso los peores y más narcisistas operadores políticos del momento- insisten en imponer a sus favoritos a sabiendas de que cualquiera de ellos, dignos representantes del pasado, los conducirá al abismo y tal vez a la extinción. Son tan pacatos, tan limitados, tan ciegos -bueno: son el PAN y el PRI, dos en uno- que son capaces de bloquear a la única candidata que acaso podría arrancarlos de su pasmo justo porque no milita en ninguno de estos dos partidos: Xóchitl Gálvez.