Los acontecimientos que se desarrollaron en Rusia parecen los avances de la siguiente película de James Bond: el exchef/ex hacker cibernético/actual líder de un grupo de mercenarios, Yevgeny Prigozhin, se rebeló.

Prigozhin, un personaje salido directamente de “El satánico Dr. No”, encabeza un convoy de exconvictos y soldados de fortuna en una descabellada carrera para tomar la capital rusa, a lo largo de cual derribaron varios helicópteros del Ejército ruso. Enfrentan tan poca resistencia que internet está repleto de imágenes de sus mercenarios esperando con paciencia en la fila para comprar un café: “Disculpe, ¿podría ponerle tapa? ¡No quiero que se derrame en mi tanque!”.

Pero, entonces, de manera igual de repentina, cuando los hombres de Prigozhin llegaron a 193 kilómetros de Moscú, se dio cuenta de que su convoy en la autopista abierta sería blanco fácil para un ataque aéreo. Así que Prigozhin optó por llegar a un acuerdo con el presidente de Bielorrusia y suspendió su revolución —perdón, fue sin querer, solo estaba tratando de señalar algunos problemas con el Ejército ruso— y hasta ahí quedó todo.

Es muy difícil saber qué amenaza le transmitió el insensible Putin a su viejo amigo Prigozhin, pero sin duda obtuvo su atención, porque si alguien sabe que Putin es un asesino es su mercenario.

Al igual que el siniestro Ernst Stavro Blofeld, el villano de Bond que dirige a la mafia delictiva internacional SPECTRE y quien a menudo se le veía acariciando a su gato blanco mientras elucubraba sus planes malignos, a Putin se le suele ver en su mesa blanca de 6 metros de largo, con los visitantes que suelen estar sentados en el otro extremo donde, uno sospecha, hay una trampilla, lista para tragarse a cualquiera que no se cuadre ante el líder.

Mi primera reacción —al ver este drama desarrollarse en CNN y, luego, repetirse en los últimos días— fue de preguntarme: ¿de verdad está pasando todo esto? No soy aficionado a las conspiraciones, pero “Vive y deja morir” no tenía nada que envidiarle al guion de “Motín en Moscovia”, cuya trama todavía se está desarrollando, mientras el Putin analógico trata de mantener el ritmo en la televisión rusa controlada por el Estado, mientras el experto en tecnología digital Prigozhin sigue girando a su alrededor en Telegram.

En cuanto a la pregunta que me han hecho muchos lectores — “¿Qué pasará con Putin ahora?”— es imposible predecirlo. Aunque yo sería cauteloso en decir que Putin está fuera de la jugada tan rápido. Recuerden: Blofeld apareció en seis películas de Bond antes de que 007 por fin lo eliminara.

Me parece que por el momento, todo lo que podemos hacer es tratar de calcular los distintos equilibrios de poder que conforman esta historia y analizar quién puede hacer qué en los meses próximos.

Permítanme comenzar con el mayor equilibrio de poder que nunca deberíamos de perder de vista. Presidente Joe Biden, por favor entre en escena y haga una reverencia. Fue la extensa coalición sostenida que Biden conjugó para confrontar a Putin en Ucrania la que echó abajo la fachada de la aldea Potemkin de Putin.

Me gusta la manera en la que Alon Pinkas, exdiplomático israelí en Estados Unidos, lo describió en Haaretz esta semana: Biden entendió desde el inicio que Putin “es el epicentro de una constelación antiestadounidense, antidemocrática y fascista que hay que derrocar, no con la que hay que negociar”. El motín de Prigozhin “en esencia, hizo lo que Biden ha estado haciendo en los últimos 18 meses: exponer las debilidades de Putin, desgastar todavía más su ya desgastado barniz de supuesto genio estratégico y aura de invencibilidad”.

Desde hace mucho tiempo, Putin gobierna con dos instrumentos: el temor y el dinero, cubiertos con un manto de nacionalismo. Compraba a los que podía comprar y encarcelaba o mataba a los que no. De hecho, el presidente de Bielorrusia, siempre servil, donde Prigozhin al parecer apareció el martes, dijo que Putin le dijo que quería matar a su traidor comandante mercenario, para “aplastarlo como un insecto”.

Sin embargo, algunos observadores de Rusia argumentan que en el edificio de Moscú ya no impera el miedo. Ahora que parece que el aura de invencibilidad se ha desgastado, otros también podrían desafiarlo. Ya veremos.

Aunque si yo fuera Prigozhin o uno de sus aliados, me alejaría de cualquiera que caminara por una acera bielorrusa con un paraguas cuando hay un cielo despejado. Putin ha hecho un trabajo muy eficiente para eliminar a sus críticos y nunca se deben subestimar los profundos temores de los rusos ante cualquier retorno al caos de principios de la década de 1990 tras la caída de la Unión Soviética ni cuán agradecidos todavía están muchos por el orden que Putin restableció.

Es con el equilibrio de poder de Putin con el resto del mundo donde las cosas se complican, porque nosotros en Occidente debemos temer por igual la debilidad o la fortaleza de Putin.

No hay ninguna señal de que el motín de Prigozhin o la contraofensiva ucraniana hayan ocasionado algún colapso importante de las fuerzas rusas en Ucrania, pero es demasiado pronto para sacar conclusiones definitivas.

Los funcionarios estadounidenses argumentan que la estrategia de Putin es hacer que el Ejército ucraniano se quede sin poder usar sus obuses de artillería de 155 milímetros, el pilar de sus fuerzas terrestres, así como sin interceptores antiaéreos, de tal modo que sus fuerzas en tierra no tengan protección contra el poder aéreo ruso y luego traten de mantenerse hasta que los aliados occidentales se agoten o Donald Trump sea reelegido y Putin pueda conseguir un acuerdo sucio por el que salga bien parado de Ucrania.

No es una estrategia descabellada. Ucrania dispara tantos cartuchos de 155 milímetros (hasta 8000 al día) que el equipo de Biden está luchando por encontrar más existencias antes de que las nuevas fábricas que los elaboran entren en funcionamiento en 2024.

La logística importa. También importa si estás jugando a la defensiva o a la ofensiva, porque la ofensiva es más difícil y los rusos están ahora muy atrincherados y han colocado minas por todas sus líneas de defensa, razón por la cual la contraofensiva ucraniana ha tenido un comienzo lento.

Dicho todo esto, debería preocuparnos tanto la perspectiva de una derrota de Putin como cualquier victoria. ¿Y si Putin fuera derrocado? No es como en los últimos días de la Unión Soviética. No hay una figura amable y decente al estilo de Boris Yeltsin o Mijaíl Gorbachov con el poder y el prestigio necesarios para tomar el relevo de inmediato.

“La Unión Soviética tenía instituciones — había órganos del partido y del Estado, centrales y provinciales— que eran responsables de mantener sus territorios, así como un cierto orden de sucesión”, me comentó Leon Aron, experto en Rusia del American Enterprise Institute, cuyo libro sobre la Rusia de Putin se publicará en octubre. “Cuando Putin llegó, arrasó o subvirtió todas las estructuras políticas y sociales fuera del Kremlin”, agregó.

Pero la historia rusa presenta algunos giros sorprendentes, añadió Aron: “A largo plazo, históricamente, los sucesores de los gobernantes reaccionarios de Rusia suelen ser más liberales, sobre todo al principio de su mandato: Alejandro I después de Pablo I, Alejandro II después de Nicolás I, Jruschov después de Stalin, Gorbachov después de Andropov. Así que si podemos superar una transición desde Putin, hay alguna esperanza”.

Sin embargo, a corto plazo, si Putin fuera derrocado, podríamos acabar con alguien peor. ¿Cómo se sentirían si Prigozhin estuviera en el Kremlin esta mañana, en control del arsenal nuclear ruso?

También podríamos sufrir disturbios o una guerra civil y la división de Rusia en feudos de señores de la guerra y oligarcas. Por mucho que deteste a Putin, detesto aún más el desorden, porque cuando un gran Estado se resquebraja es muy difícil recomponerlo. Las armas nucleares y la criminalidad que podrían salir de una Rusia desintegrada cambiarían el mundo.

Esto no es una defensa de Putin. Es una expresión de rabia por lo que le ha hecho a su país, convirtiéndolo en una bomba de tiempo repartida en 11 husos horarios. Putin ha tomado al mundo entero como rehén.

Si gana, el pueblo ruso pierde. Pero si pierde y su sucesor es un desorden, el mundo entero pierde.

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