Cuando Deng Xiaoping, el arquitecto de la China moderna, declaró que “Hacerse rico es glorioso y hay que hacerlo de la manera más eficiente”, empezó, desde 1978, a cambiar para siempre el rostro de su país al alcanzar impresionantes tasas de crecimiento económico. Este famoso líder comunista que había estudiado en Francia y en la Unión Soviética, liberalizó la anquilosada economía socialista, se apartó del dogmatismo, abrió las puertas de China al mundo, acabó con el amurallamiento, al extremo de ser hoy el motor del capitalismo mundial y, por si fuera poco, ayudó a rescatar, en tan solo 20 años, a 400 millones de chinos del hambre y de la marginación. Hoy en día, la clase media de China es del mismo tamaño que toda la población de los Estados Unidos.

Sí, en efecto, Deng Xiaoping encabezó el rescate más impresionante de la pobreza masiva en la historia de la humanidad. La China de hoy es irreconocible si se le compara con los últimos 40 años, una sorpresa idéntica a lo ocurrido en tan corto plazo, en Singapur, en Corea del Sur, para ya ni hablar de Israel, el país más innovador del mundo, el Silycon Valley de Oriente. En 1970, el 80 % de los chinos dependía de la agricultura, se trataba de un país un país comunista y atrasado, en donde la gente moría de hambre en el campo. Pues bien, al día de hoy continúan luchando por conquistar la modernidad, a tal grado que en los próximos 20 años China puede llegar a ser la economía más poderosa del mundo.

No perdamos de vista que durante la terrible y no menos patética revolución cultural tener una bicicleta era considerado un lujo burgués, al igual que escuchar a Mozart podría implicar la pérdida de la libertad personal. 

Deng Xiaoping encabezó una revolución educativa para adaptarla a la expansión comercial e industrial del orbe. Solo para dar una idea del tamaño del reto en las aulas, en el primer examen de admisión participaron 6 millones de jóvenes. Xiaoping se preguntaba ¿cómo conocer lo que ocurre en el exterior si no sales de tu país? De ahí que cancelara la guerra en contra de la clase media, la productiva y divulgara masivamente cómo era la vida en los países capitalistas. A título de ejemplo, los chinos no podían creer que los japoneses tuvieran refrigeradores en su casa ni habían entendido la importancia de la robótica ni de la alta tecnología, la misma que han estudiado y aplicado masivamente al igual que la inteligencia artificial. ¡Claro que el rompimiento con Mao fue total y éste todavía estará pateando rabiosamente las tablas de su ataúd! ¡Claro, como decía Deng, la ideología fanática no sirve para resolver los problemas de la marginación y del hambre! Por lo pronto, decía, “vamos a poner a la gente a trabajar, no a regalarle dinero.”

¿De qué sirve la producción sin consumidores? De ahí que le dieran todo el poder a la iniciativa local y que surgieran empresas por toda China. Mandaron a miles y miles de estudiantes a estudiar en las universidades occidentales. Invirtieron en escuelas de primaria y secundaria especialmente dedicadas a las mujeres para incorporarlas al proceso productivo. 

En lo que hacía a la economía y a la política, Deng sentenció con la debida claridad: “no importa el color del gato, mientras pueda cazar ratones es un buen gato”, a lo que habría que agregar con sentido del humor: el comunismo nunca supo cazar ratones, bastaría con ver el caso cubano o el venezolano o el de Corea del Norte. Se trata de lograr la expansión de clase media y hacerla cada vez más poderosa.

Si hablamos de una verdadera transformación, pongamos la lupa en China, que en un par de años contará con 38,000 km líneas férreas de alta velocidad, al igual que construyen simultáneamente 20 aeropuertos, entre otros puertos marítimos. 

Si llegara al poder un Deng Xiaoping mexicano, en 10 años rescataríamos de la pobreza a 60 millones de compatriotas, más aun por la mágica vecindad que tenemos con nuestros socios del T-Mec y con el hecho de que México podría ser, en el corto plazo, el ombligo del mundo por el nearshoring entre otras innumerables ventajas.

Si en una novela surrealista Deng Xiaoping le explicara a López Obrador cómo fue posible rescatar en 20 años a 400 millones de chinos de la pobreza, éste, envuelto en un fanatismo suicida, no entendería nada, absolutamente nada.

 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *