Isabel Allende, la escritora en lengua española más leída del mundo, merece un aplauso por recordarnos de un hecho de crueldad horripilante del que casi nos habíamos olvidado tras la pandemia del COVID y la invasión rusa de Ucrania: la separación de niños migrantes de sus padres durante el gobierno de Donald Trump.
La nueva novela de Allende, “El viento conoce mi nombre”, cuenta la historia de Anita, una niña ciega de 7 años que es llevada por su madre a Estados Unidos para escapar de la violencia de las pandillas en El Salvador.
Pero cuando llegan a Estados Unidos en 2018, la niña es separada de su madre bajo la política de “tolerancia cero” de Trump contra los indocumentados.
En la novela, la historia de la niña se cruza con la de Samuel, un inmigrante judío de 86 años procedente de Austria. Igual que Anita, Samuel había sido separado de sus padres tras el pogrom contra los judíos en la Noche de los Cristales de Viena en 1938, cuando había sido enviado solo al exterior para que se salvara de la barbarie nazi.
La trama de la novela parece parte de la historia, pero la separación forzosa de unos 4,000 niños de sus familias durante el gobierno de Trump sigue siendo un drama humano muy vigente, porque muchos de esos niños nunca volvieron a reencontrarse con sus padres.
Casi 1.000 de los niños inmigrantes que fueron separados de sus familias en la frontera todavía no han sido reunificados con sus padres, según anunció el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos (DHS) en febrero. El gobierno estadounidense no sabe dónde están sus padres.
Allende, que vive en California, me dijo en una extensa entrevista que aunque su novela es ficticia, el personaje de Anita está basado en un caso real.
“Sí, el caso de Anita existe en la vida real, aunque no exactamente como está narrado”, me dijo Allende. “Esta niñita entró al país con su mamá y un hermanito de cuatro años, los separaron, y estuvieron más de ocho meses separados”.
En el caso real, los tres fueron localizados gracias a la admirable labor de asistentas sociales y abogados voluntarios. Los tres fueron deportados a México, y “nunca volvimos a saber de ellos”, me dijo Allende.
Pero en otros cientos de casos, los niños “se han quedado flotando en el sistema legal”, y ni el gobierno estadounidense ni las organizaciones benéficas son capaces de encontrar a sus padres, Algunos de estos niños acaban en manos de traficantes de personas.
“Está en la prensa también el caso de estos niños que se trafican para que trabajen”, me dijo Allende. “Encuentras niños a un niño de 12 años trabajando, faenando pollos, o a un niño de diez que está en la agricultura recogiendo tomates”.
El gobierno de Biden anunció en febrero un plan para acabar con el trabajo de los niños migrantes, diciendo que castigará a las empresas y fábricas que usen mano de obra infantil. Según reportes de prensa, cientos de miles de niños indocumentados han trabajado con documentos falsos en los últimos años, incluidos algunos de los que fueron separados de sus familias.
En mi conversación con Allende, me señaló que los refugiados ucranianos están siendo recibidos con los brazos abiertos en Estados Unidos y Europa, pero no ocurre lo mismo con los latinoamericanos. “Ellos son blancos, nosotros (los latinoamericanos) somos de color”, añadió, sugiriendo que si los inmigrantes en la frontera estadounidense fueran blancos, la historia sería diferente.
Pero Allende, cuyos libros han vendido más de 77 millones de ejemplares y se han traducido a más de 40 idiomas, me dijo que su última novela también tiene un mensaje optimista. Es un homenaje a las miles de abogadas, trabajadoras sociales y maestras que donan su tiempo para ayudar a los niños inmigrantes, señaló.
“La mayoría son mujeres, porque en eso no hay ni fama, ni gloria, ni dinero. Es puro corazón”, me dijo Allende. “Como muchos de mis libros, este no se enfoca en las víctimas, sino en la solidaridad, en la gente que hace el bien”.
Mis felicitaciones a Allende por recordarnos sobre el drama humano de los niños migrantes que siguen sin haberse reencontrado con sus padres. Es una vergüenza que este problema siga sin haberse resuelto, y que el expresidente que ordenó estas separaciones familiares siga siendo aplaudido por muchos.
@oppenheimera