Hace unos días se publicó un editorial en la revista Lancet que pone el foco en la soledad, que no es nueva, pero parece estar ganando atención como un problema social y de salud. 

Hace un recuento por ejemplo de que en el Reino Unido y Japón nombraron ministros de salud de la soledad en 2018 y 2021, así como que el ministro de salud de los Estados Unidos calificó que la soledad es tan dañina para la salud como estar fumando hasta 15 cigarrillos por día. 

La pandemia de COVID-19, que requirió periodos de distanciamiento físico y cambió la forma en que muchos estructuraron su vida laboral, ha puesto en primer plano el problema de la soledad. 

Los daños a la salud son claros. Las conexiones sociales deficientes se asocian con un mayor riesgo de enfermedades cardiovasculares, hipertensión, diabetes, enfermedades infecciosas, deterioro de la función cognitiva, depresión y ansiedad.

La Soledad (loneliness, en inglés) aparece como encabezado mayor (MeSH) en la Biblioteca Nacional de Medicina desde el primero de enero de 1991, teniendo como definición “El estado de sentirse triste o abatido como resultado de la falta de compañía o estar separado de los demás”. En años previos también fue visto como “aislamiento social”, de 1973 a 1990; “Memoria de hogar, ansiedad, separación” de 1975 a 1997; y emociones de 1963 a 74. 

Haciendo la búsqueda bibliográfica con los mejores estándares de la medicina basada en evidencias (revisiones sistemáticas y metanálisis), es clara la preocupación de los investigadores a nivel mundial sobre el tema: de 12 estudios publicados en 2019, pasaron a 31 (2020), 36 (2021), 62 (2022) y 27 en lo que va de este año.

Nuestro entorno físico, dictado por la planificación urbana, puede impedir la conexión social si no permite las interacciones y el compromiso. El trabajo remoto se ha vuelto más común, lo que dificulta establecer conexiones significativas con colegas. El uso de las redes sociales, con sus promesas de unir a las personas, se ha asociado con mayores sentimientos de desconexión social. 

La austeridad, la pobreza, el racismo y la xenofobia generan inequidad y sentimientos de exclusión. Las tendencias sociales hacia el individualismo, a expensas del colectivismo y el sentimiento de pertenencia, corren el riesgo de aumentar los sentimientos de soledad. Por ello señalan que es necesario fortalecer y ampliar nuestra comprensión de la soledad.

Mencionaré cuatro de las conclusiones que obtuve de estudios publicados este 2023:

1) La soledad se correlaciona con el suicidio, y el conocimiento de esta asociación podría ayudar en la identificación de individuos suicidas o con alto riesgo de comportamiento suicida. Los estudios futuros deberían centrarse en la soledad y su relación con la ideación suicida en personas con diferentes trastornos de salud mental y personalidades.

2) Cómo influye la experiencia de la soledad en el bienestar de los jóvenes ilustra que es un proceso evolutivo complejo influenciado por factores relacionales y ambientales, y hay factores que promueven una menor experiencia de soledad y mejor bienestar en futuras etapas de la vida. Por ejemplo, el acceso reducido o limitado a grupos de amigos o compañeros tiene un costo psicológico para los jóvenes, provocando síntomas de mala salud mental, como ansiedad y depresión, existiendo una necesidad urgente de centrarse en el bienestar emocional de la población joven.

3) En la asociación de la soledad y el aislamiento social con la mortalidad por todas las causas, entre 11,713 adultos mayores mexicanos de 50 años o más, 707 (6%) no sobrevivieron, el 42% presentó soledad y el 53% se clasificó como aislado social. El aislamiento social, pero no la soledad o su interacción, se asoció con la mortalidad por todas las causas en este grupo de edad. Este hallazgo puede ayudar a orientar posibles intervenciones futuras que ayuden a mejorar la salud mental en adultos mayores de un país altamente colectivista.

4) Utilizando la escala de soledad (social y emocional) de Jong Gierveld en adultos mayores mexicanos cognitivamente intactos de 60 años o más, mostraron que la mayoría de los participantes con una puntuación baja en síntomas depresivos y/o con una puntuación alta en apoyo social pertenecían al grupo “Sin soledad”. Esta escala ya en español puede ser un instrumento útil para aquellos estudiosos en la salud de los adultos mayores y la intervención temprana según los hallazgos encontrados.

Por ahora, quizá la contribución más útil que un profesional de la salud puede hacer para aliviar la soledad -además de pensar en ella- es tener una interacción significativa con un paciente. Establecer una conexión, aunque sea brevemente, podría marcar la diferencia, concluye la editorial y lo suscribo yo.

 

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