Él ha marcado los tiempos y él nos tiene aquí. Con su característica manera de hacer las cosas a su antojo y sin importarle la ley, el presidente López Obrador dictó formas y ritmos en que se llevaría a cabo la elección interna para designar a quien encabece la candidatura presidencial de Morena. Él quiso que el proceso se llevará a cabo en julio y agosto para levantarle la mano en septiembre a quien pretende que lo suceda en el poder. También fue él quien diseñó cada detalle de una precampaña en la que todas las corcholatas están agachadas, silenciadas, atadas de manos para darle todo el espacio a él.

Cuando vio que no iba a poder desaparecer al INE, como era su intención original, optó por debilitarlo: al final del periodo de Lorenzo Córdova, en medio de lluvia de ataques del oficialismo, la buena imagen del INE ante la ciudadanía fue cayendo y la influencia del actual gobierno en el órgano electoral fue creciendo: entre los nuevos consejeros se identifica más afinidad al Presidente. AMLO no toma en cuenta al INE. Tampoco al Tribunal. Le valen sus amonestaciones. Sabe que no pueden ir más allá y se burla de sus sanciones cada mañana.

Y así, un poco en el “no me vengan con que la ley electoral es la ley electoral”, el Presidente ha delineado cómo será la campaña morenista: ante la falta de carisma de las corcholatas, el Presidente se colocará en el imaginario colectivo como el candidato. López Obrador ha constatado en estas semanas de mítines y acarreos que no tiene una buena ficha, que si deja a su aspirante sola(o) frente a frente con la oposición, la vulnerabilidad es enorme. La decisión política más lógica es meterse a la elección, a la campaña, a la boleta. Plantear el 2024 como una reelección, una votación con una opción para que siga AMLO -independientemente de qué nombre aparezca en la boleta- u otra para que regrese el pasado de privilegios.

Lo que no venía en el guion de Palacio Nacional es que la oposición se volviera un serio desafío. Los excesos del Presidente orillaron a los principales partidos a aliarse e incluso a apurarse, a adelantar el proceso de designación de candidato, empatando a Morena en el calendario de tiempos políticos no reconocidos por la ley electoral.

Si bien el proceso interno de Morena y aliados va conforme a los planes presidenciales -está siendo gris, sin que nadie le haga sombra a su corcholata favorita, y con ella navegando sin mucho problema al frente en todas las encuestas-, en el proceso de la oposición, Xóchitl Gálvez ha descolocado al presidente, que ha navegado entre la persecución, la discriminación y el machismo para tratar de desacreditarla.

Este fenómeno de Xóchitl Gálvez tiene aún por demostrar si es capaz de resistir el anunciado y antidemocrático embate del Estado; si puede mantener la sensación de novedad y frescura, si tiene combustible, pues, para una carrera de largo aliento; y, sobre todo, si es capaz de sumarle votos a la oposición y no simplemente aglutinar a quienes de por sí iban a votar en contra del partido en el poder.

 

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