Crecí en los sesenta con la primera generación de libros de la SEP, elaborados bajo la tutela de Jaime Torres Bodet. Los leía tan pronto los recibía; los entendía bien, aprendía; me preparaban para los cursos del año; estaban redactados de manera adecuada para un niño de mi edad; no recuerdo que hayan tenido sesgos políticos; eran abiertos y equilibrados, realmente humanistas.
No es fácil hacer libros de texto. Los especialistas disputan constantemente sobre los contenidos. Apenas una década después de los de Torres Bodet, Luis Echeverría lanzó una reforma educativa que culminó con la Ley Federal de Educación de 1974 y la elaboración de nuevos libros. No me preocupa que haya debate; en una sociedad libre, siempre habrá discusiones sobre los contenidos de los libros escolares. Me inquieta que los nuevos hayan sido elaborados en secreto, con información reservada durante cinco años. Algo quieren ocultar quienes los hicieron.
Los expertos ya han cuestionado muchos aspectos de los nuevos libros. Nos dicen que fragmentan el conocimiento y lo presentan en una serie de viñetas que mezclan sin hilo conductor todo tipo de información. Ya no hay libros de matemáticas, de español o de ciencias naturales. En Nuestros saberes, volumen para primero de primaria, al capítulo sobre “Autoridades”, que nos dice que “Es importante señalar que los seres humanos tienen libertades, pero éstas no están por encima de las reglas y los acuerdos”, le sigue otro sobre “Características de la conversación cotidiana”, cuyo propósito parece ser decirnos que expresiones como “Sal para afuera” y “Subir para arriba” son correctas. Incluye un recuadro, incomprensible para un niño de primero de primaria, que señala: “Esta /s/ busca regularizar la forma del pretérito perfecto simple al del resto de los verbos en segunda persona”. En otras palabras, no es incorrecto pronunciar “dijistes”, como López Obrador. En Múltiples lenguajes se encuentra un capítulo sobre Nacho López, el fotógrafo, a quien admiro, pero no veo como protagonista de un libro de texto de primero de primaria, seguido de otro sobre el “Axolote, el sonriente anfibio mexicano”.
El contenido científico y matemático es escaso y débil; preocupa en un mundo en el que la ciencia y la tecnología son cada vez más importantes. Es una decisión y no un olvido. El Libro sin recetas para la maestra y el maestro, Fase tres, advierte que “este nuevo sujeto, el animal laborans, ha perdido el rumbo y no es capaz de reconocer las prácticas de poder y control que se ejercen sobre él. Acepta ser su propio verdugo, asumiendo dinámicas de autoexplotación para alcanzar el rendimiento óptimo que le garantice el éxito en este sistema de consumo”. Los nuevos libros critican a ese individuo que se esfuerza con su trabajo para mejorar y alaban los “saberes comunitarios heredados”.
El presidente dice que estos nuevos libros tienen “muy buenos contenidos”, “científicos y humanistas”. Gilberto Guevara Niebla, preso político en 1968, subsecretario de educación en 1992-1993 y 2018-2019, tiene otros datos: “Lo que la SEP busca es acabar con la educación moderna que tenemos, a la que califica de ‘neoliberal’, y sustituirla por una ‘educación popular’ que corresponda con el discurso populista de López Obrador”. El humanismo está ausente, “si entendemos por eso el principio de que todos somos iguales”.
Los libros combaten “el egoísmo, el aspiracionismo”; promueven una sociedad regida por la colectividad, rechazan al individuo y al humanismo.
El fiscal
El fiscal de Morelos Uriel Carmona fue detenido por la FGR por el delito de ofrecer conclusiones distintas a las de la Fiscalía capitalina en el caso de Ariadna Fernanda. Como en el proceso de la juez Angélica Sánchez de Cosamaloapan o el de Jesús Murillo Karam, el mensaje es que discrepar de los dogmas de la 4T se castiga con cárcel.
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