Hace poco una amiga que vive en el extranjero encontró una clave para la baja productividad del país: “¡Todos están haciendo trámites o facturas, no tienen tiempo para nada más!”. Su explicación tenía un sesgo piadoso. Le había pedido textos a varios colegas para una antología y nadie había entregado el suyo. En vez de considerar que éramos desidiosos por naturaleza, tuvo la generosidad de pensar que éramos desidiosos por presión social. En efecto, nos la pasamos llenando formularios. 

Kafka no vivió en vano; demostró que cualquier burocracia es infame; sin embargo, la peor de todas es la que te toca.

Analicemos el acto, en apariencia realizable, de obtener una factura legitimada por un código QR. En el país del águila y la serpiente el consumidor rara vez recibe ese documento al hacer la compra. Aunque el vendedor está obligado a proporcionarlo, se limita a entregar un ticket para que el cliente haga el resto de la chamba en su computadora. 

Se abre entonces un paréntesis que en el mundo de los papeles equivale al Triángulo de las Bermudas. Las empresas saben que facturar cuesta trabajo y establecen plazos complicados para hacerlo. Después de horas de pelear con la computadora, el cliente se da por vencido y la transacción se diluye en el mercado negro. Esto beneficia la contabilidad de las empresas, que venden más de lo que acreditan fiscalmente.

En ocasiones, la persona en trance de facturación se topa con este mensaje en la pantalla: “Alguien más está tramitando esta factura”. Ese “alguien más” ¡eres tú mismo!; no obtuviste respuesta a una solicitud previa pero fuiste “registrado” por el sistema. 

Estar en regla exige una disciplina digna de la más severa de las religiones y una capacidad de descifrar su liturgia hermética. Comparto la “alerta” que recibí hace poco: “Error de validaciones adicionales. El campo nombre del receptor debe pertenecer al nombre asociado al RFC”. Desde que me di de alta en Hacienda no he alterado mi “campo nombre” y mi RFC sólo recibió una modificación cuando se le agregó la monoclave. ¿Mis datos personales habían variado sin que yo lo supiera? Consulté con el contador y me envió este mensaje: “Al momento del timbrado todas las plataformas de facturación se conectan con la página del SAT y cuando se satura. no funciona”. Los embotellamientos de la Ciudad de México no son nada en comparación con el Sistema de Administración Tributaria. La facturación ya pertenece a la cacería furtiva: hay que esperar el momento en que la plataforma se descuide.

Estamos ante una injusticia que castiga a quien paga. En la variante mexicana del capitalismo tardío el que gana en la transacción vuelve a ganar al no dar factura.

Por suerte, las cosas están cambiando. Hace unos días, el SAT incluyó nuevas actividades en su Catálogo de Servicios y Productos Sujetos a Impuestos. Contratar trabajos de hechicería, “amarres”, sesiones de vudú y terapias de energía ya es deducible de impuestos. Resulta alentador que la economía admita tareas sobrenaturales porque facturar se ha convertido en un acto mágico. Desde ahora los chamanes están legalmente autorizados a resolver trámites con embrujos y a dar recibos foliados.

La auténtica solución sería que todo ticket tuviera el valor de una factura en regla. Así se evitaría uno de nuestros más prósperos ilícitos, el de los “factureros” que inventan transacciones. Pero México es un país de intermediarios. Salimos del virreinato sin perder la cultura barroca. Nuestros actos odian la línea recta y aman la curva y el zig-zag. Lo sencillo se considera inseguro y nada es tan confiable como la superstición. 

¡Llegó la hora de que el desordenado terreno fiscal reciba el influjo de los curanderos! Esperemos que un reiki administrativo restablezca el equilibrio entre nuestro espíritu (o “campo nombre”) y nuestra materia (o RFC).

Estos remedios nos ahorrarán tiempo y nos permitirán recuperar el sentido de la identidad, evitando que la saturada plataforma del SAT nos trate como usurpadores.

La mayoría de los “amarres” tienen que ver con el amor. Fieles a su nombre, retoman vínculos perdidos. El más importante está por llegar. Millones de causantes padecen extravío tributario. Necesitamos “amarres” que restituyan esa indescriptible variante del afecto que los trámites nos quitan con sus rechazos: el amor propio.

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