Han vuelto a andar correctamente los relojes de casa y las hojas calendáricas se han cortado cada fin de mes como símbolos vitales hogareños y ya traspandémicos. El agobio de tener fuera del paso domiciliar el uso obligado del tapabocas ha quedado de manera razonable lejos de la rigidez ineludible. El obsesivo uso del gel para la frecuente limpieza de manos ha disminuido también su obligatoriedad. Incluso, parece ya regresar esa manera cariñosa de tratarnos a través del saludo de mano o algún abrazo y hasta un fingido beso, sin llegar, claro, a dejar que los sentimientos bordeen las antihigiénicas efusividades que antes se repartían a diestra y siniestra. Sí, como mucho se menciona por los actuales alrededores, parece ser que el nivel de la querencia popular debe de manifestarse dentro de los siempre nobles cánones profilácticos.
Las personas de edad avanzada poseen una visión ganada a pulso: la de imaginar con buen nivel de certeza sobre la temporalidad o la permanencia de algunos acontecimientos casuales que se suscitan entre el diario acontecer. La mala salud, pongámoslo como ejemplo, lleva a nuestra conciencia al camino cierto de lo endeble, lo grave y, por si lo anterior fuese poco, lo costoso. Vivimos sujetos, ya, a un cúmulo de alientos nocivos que las corrientes atmosféricas hacen viajar oceánicamente a la manera inconcebible de cómo lo hace también la sólida arena sahariana, sean virus u otras podredumbres circundantes que, dentro de lo indeseable, arriban sobre los ámbitos del resguardo propio.
Vengo de una niñez menos apretujante que la actual. Conocí el centavo como moneda de cambio. Sabía de la tardanza que tenían los insumos básicos alimentarios para elevar sus precios. Hube de tener cuidado con el contagio de la viruela. Y, también, lo confieso, no sabía que la especie humana se multiplicaba con velocidades más allá de lo deseable o que todo ser viviente provoca el medio de su propia destrucción. Ahora, las desbandadas humanas, las radiaciones rondando el orbe, las plagas infestando la atmósfera, los limones subiendo y bajando de precio, las barbaridades exigidas por los enriquecimientos ilícitos, las ya rebasadas capacidades de autoridades para gobernar y la virtualidad como amenaza de la capacidad, etc., me llevan a bajar los párpados sin, desde luego, cerrar los ojos por completo, para también mover desaprobatoriamente la cabeza frente al asombro de lo que acontece sin satisfacerme.
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