La sorpresiva victoria del candidato libertario Javier Milei en las elecciones primarias del 13 de agosto en la Argentina es el síntoma más reciente del creciente desencanto con la ola populista que arrasó en América Latina en los últimos años.

No estoy seguro de que Milei termine ganando las elecciones de octubre en la Argentina (más abajo les diré por qué), pero el hecho de que Milei fuera el candidato más votado en las primarias desafió todas las predicciones de los encuestadores, y significó una paliza tremenda al populismo kirchnerista gobernante.

Milei es el político de derecha con más posibilidades de llegar a la presidencia en la historia reciente de la Argentina. En una entrevista reciente, me dijo que admira a los expresidentes populistas de derecha Donald Trump y Jair Bolsonaro.

Según me aseguró, de ser electo dolarizaría la economía, cerraría el Banco Central, fortalecería los lazos con Estados Unidos, y denunciaría a las dictaduras comunistas.

Es difícil saber si el ascenso de Milei al estrellato político es un síntoma de un giro hacia la derecha en América Latina o parte de una creciente tendencia del “voto castigo” contra los gobiernos de turno, independientemente de su color político.

Pero seguramente refleja una nueva realidad: la ola de triunfos de la izquierda de América Latina en los últimos años, que muchos llamaron la “marea rosa”, está retrocediendo.

Miren las diferencias entre el mapa político latinoamericano de hoy, y el de hace apenas un año.

Hace un año, Gustavo Petro asumía como el primer presidente de izquierda de Colombia, y era visto como uno de los líderes de un nuevo y cada vez más poderoso bloque izquierdista latinoamericano.

Gabriel Boric había sido elegido recientemente en Chile, convirtiéndose en el presidente más izquierdista de ese país desde Salvador Allende.

El expresidente de Perú, Pedro Castillo, que fue postulado por un partido marxista, estaba en el poder en Perú.

El presidente populista de izquierda de México, Andrés Manuel López Obrador, y el líder de izquierda de centroizquierda, de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, parecían más fuertes que nunca.

Pero ahora, Petro se ha convertido en un presidente débil, con un congreso controlado en contra, y está enfrentando varios escándalos políticos. Su hijo Nicolás Petro ha testificado que recibió dinero sucio para la campaña de su padre, y la justicia está investigando el caso.

En Chile, Boric ha perdido un referéndum para adoptar una nueva Constitución que él apoyaba para refundar el país. En días recientes, su principal asistente se vio obligado a renunciar al gabinete en medio de acusaciones de irregularidades.

En Perú, Castillo fue derrocado por el Congreso tras una votación constitucional después de que intentó dar un autogolpe disolviendo el parlamento. En México, López Obrador sigue siendo popular, pero su partido enfrenta a una formidable rival para las elecciones de 2024, la senadora Xóchitl Gálvez. Ella es una ingeniera informática que nació en la pobreza de una familia indígena, y puede poner en ridículo las afirmaciones de López Obrador de que sus rivales políticos son oligarcas.

En la Argentina, el kirchnerismo salió en tercer lugar en las primarias. Milei obtuvo más votos que cualquier otro candidato, y el partido de centroderecha Juntos por el Cambio fue el segundo bloque más votado.

Puede que el voto por Milei haya sido un “voto bronca”, o voto de protesta, más que un voto por sus posturas ideológicas. La tasa de inflación anual de la Argentina supera el 116 por ciento, una de las más altas del mundo, y la pobreza ha aumentado a más del 40 por ciento bajo el kirchernismo.

Quizás muchos votantes de Milei se corran hacia la candidata de centroderecha Patricia Bullrich en octubre.

Bullrich basará su campaña en que Milei no tendría apoyo necesario en el Congreso para hacer sus reformas económicas de libre mercado, y ella sí.

Las elecciones serán una carrera a tres bandas. Si ningún candidato obtiene más del 40 por ciento del voto en octubre, los dos candidatos con más votos irán a una segunda vuelta electoral el 19 de noviembre.

Lo que parece haber quedado claro es que la Argentina está dando un giro a la derecha, y que el bloque de países autoproclamados “progresistas” de América latina probablemente pierda muy pronto otra de sus fichas.

 

 

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