Desconozco a ciencia cierta si existe un tiempo obligado y genético en donde el humano sufra del olvido y comience a carecer de capacidad de retención o haga de su conversación una repetición constante e involuntaria. Anoto lo anterior porque abundo parte de mi socialización hacia el departir entre personas mayores que, entre la entretenida y rutinaria charla, olvidamos de manera involuntaria alguna palabra necesaria que lleva a perder la ilación fluida u oportuna de una interesante noticia. Al suscitado problema, que claro no es exclusivo de mi vecindad, Pascal Quignard lo identificó como título de una obra: “El nombre en la punta de la lengua”. Ahí, en un pequeño ensayo, Quignard escribe sobre el detalle lo siguiente: “la experiencia de la palabra que se sabe y de la que se está privado, es algo sobre lo que arremete el olvido de la humanidad que hay en nosotros; es el desamparo ante lo adquirido; es la experiencia en donde nuestros límites y nuestra muerte se confunden por primera vez”. Y si lo ha llegado a vivir, estimado lector, sabrá que recuperar el detalle extraviado, en la oportunidad de una conversación que no ha llegado a su término, es una verdadera maravilla. Quignard generaliza y dice: “Toda palabra recuperada es una maravilla”.
Por otra parte, habrá que anotar que la retención va muy relacionada con el interés que en lo vivido se tenga sobre lo que se escucha o trata. En esta actividad personal, haciendo un poco al lado la intelectualidad o aquello que no apremia del esfuerzo físico, la gente se mueve muy de cerca a su estado fisiológico. Sin duda el ímpetu de un anciano tendrá menor ansiedad de aprender o mantener algún detalle que requiera del esfuerzo físico que, de por sí, puede ya haber dejado de motivarle. Aquí, Incluso, Juan Villoro, llega a manifestar sobre lo que se dice, lo siguiente: “Hay algunas cosas que desaparecen al margen de la voluntad” y, no obstante, también escribe que “hay pasados que no deben olvidarse”.
Por último, también bueno es hablar de ese curioso fenómeno de repetir de manera involuntaria anécdotas ya antes tratadas entre un mismo corrillo periódicamente atendido. Escuchar, con pena, que un asiduo compañero de reunión diga que lo comentado ya se ha oído muchas veces da una vergüenza derrumbante ante cualquier cosa que se esgrima. Y el caso es que, involuntariamente, hay sucesos que se fijan entre los sólidos cimientos mentales que emergen en momentos emocionales incontrolables delante de lo que con pasión se comunica.
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